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sábado, 5 de septiembre de 2015

Maldita foto de Aylan


Nuestra sociedad funciona así. Una maldita imagen insoportable colapsa todos los medios occidentales y de repente una lógica ola de indignación a la vez que solidaridad sacude a la ciudadanía mundial. De repente, los gobiernos occidentales se ven obligados a seguir las demandas de sus votantes y timidamente empiezan a proponer medidas humanitarias de auxilio para ayudar a los refugiados que escapan aterrorizados del conflicto armado obviando lógicamente que gran parte de esos mismos gobiernos son culpables sino incitadores y financiadores directos de este tipo de conflictos: lógicas y incoherencias de este mundo dominado por la codicia estructural que consiguen convencernos que las grandes soluciones pasan por el auxilio a los necesitados más que por un gobierno mundial que vele por el bien de la humanidad.

La maldita foto del pequeño ha colapsado los medios esta semana. Debo reconocer que para un padre de un niño de cuatro años como yo, observar esa imagen de Aylan Kurdi, se antoja un hecho insoportable. Y realmente así es. No he conseguido aún mirar con atención la foto por más que unos pocos segundos y debo reconocer que el llanto se apodera de mí cuando mi mente obscena recrea la maldita imagen en la playa. Se trata de algo cruel, desgarrador. Una vida arrancada que me conmociona en todos los sentidos, por lo próximo, por lo humano que resulta el hecho de querer huir de un lugar sitiado por la metralla, la muerte y la sinrazón.

No es mi intención ahondar en la herida que todos hemos sentido esta semana aunque siento un leve respiro por ver que los políticos escuchan de vez en cuando (ni que sea con ánimo electoralista) el clamor de la ciudadanía. Sinceramente no confío en que se tomen medidas de humanidad absoluta. Más bien creo que se aprobarán presupuestos y proyectos inmediatos para que las grandes masas sigan creyendo en la bondad del sistema y poco más… no nos engañemos. Los mismos que propondrán medidas de apoyo seguirán vendiendo armas a partes del conflicto y tomando parte de acuerdos geoestratégicos con otras naciones, corporaciones y demás. Así funciona nuestro mundo. Nuestra especie está dominada por la codicia y la última gran revolución deberá basarse en el bien común… aunque en términos evolutivos podemos estar aún en etapas muy iniciales.

Mi gran duda estos últimos días como padre y como educador radica en qué decir a nuestros niños y jóvenes al respecto. Estoy seguro que en muchos hogares se habrá tratado el tema del niño con horror; se habrá comentado, algunos niños y adolescentes se habrán sentido conmovidos, otros tal vez no, algunos padres habrán mostrado su indignación para con el mundo, otros habrán apagado los televisores para proteger inútilmente a sus vástagos de la barbarie humana… sea como fuere, cuando los medios nos dirigen hacia una noticia resulta imposible escapar de ella. Pero yo sigo preguntándome: ¿cómo tratamos estos temas con nuestros hijos?, ¿tomamos partido moral o políticamente?, ¿logramos hacer que empaticen con la situación de semejantes suyos en otros contextos?, ¿los alienamos y prohibimos el acceso a la información por miedo?, ¿mostramos nuestros temores y recelos sobre el mundo en que vivimos?, ¿logramos hacerles ver que la vida y la humanidad es tan maravillosa como terrorífica?.

Pensemos en cómo un niño o adolescente de nuestra sociedad encaja las imágenes de Aylan en su estructura de pensamiento; pero pensémoslo desde dos prismas básicos: el contexto de educación moral en que ha crecido (el sistema de valores familiares y su aplicación) y la educación emocional que ha recibido.  Si el primer aspecto rige la capacidad de sentido crítico, justicia y criterios de humanidad, el segundo se centra en los sentimientos y el grado de empatía. Ambos se relacionan y retroalimentan lógicamente permitiendo la expresión de ideas, sentimientos y emociones dentro de una propia escala de valores. Y ahora, la pregunta: ¿somos siempre conscientes padres y educadores que nuestro ejemplo cotidiano repercute en todo ello?

Dicho esto propongo no esconder a nuestros niños (no me refiero a los más pequeños, claro) la maldita imagen siempre y cuando podamos tratar el tema en familia y mostrar nuestros valores más firmes sin esconder nuestras emociones más básicas. Resulta que a menudo los adultos nos convertimos en grandes expertos en edulcorarles la realidad sin tener en cuenta que los más jóvenes ya forman parte de esta comunidad tan maravillosa como violenta llamada mundo, sin recordar tampoco que nunca el valor de la justicia estuvo tan inmensamente claro como en nuestra infancia. Y si nunca jamás seremos tan justos como los niños tal vez debemos reaprender de ellos o valorar mejor sus "sencillas" propuestas.