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lunes, 23 de noviembre de 2020

No eduquemos en la fe inquebrantable en el poder. Por favor.

 

Este 2020 ha conseguido que muchos ciudadanos de este estado (y seguramente de otros muchos) empecemos a normalizar situaciones hasta hace bien poco surrealistas tales como el famoso "toque de queda", la distancia social, el estar en silencio en los transportes públicos, no poder comer por la calle, la omnipresente mascarilla, los grupos de no más de seis personas, parques infantiles y actividades extraescolares cerradas, los policías de balcón, calles desiertas, pequeños negocios en quiebra, ertes, ertos, familias antaño donantes de alimentos ahora recibiéndolos, discusiones callejeras acerca del no respeto de la distancia, no abrazarnos ni besarnos, amantes separados, ligones y ligonas habituales subiéndose por las paredes, sanitarios desquiciados, mensajes de "juntos podemos", aumentos de sueldo salvajes a las fuerzas del orden, omnipresencia mediática de llamadas a la responsabilidad/obediencia ciega colectiva y un largo etcétera de situaciones cotidianas de nerviosismo, intranquilidad y desconcierto. Sólo hace falta salir a hacer la compra una tarde y observar al personal, el cuidado con el respeto de la distancia, las miradas de rabia hacia el que lleva la mascarilla mal puesta, los vecinos que se hablan a dos metros, las abuelas que se encuentran a los nietos y no les pueden tirar de los mofletes con gran alivio para los pequeños. Sólo hace falta observar un poco el movimiento en las escuelas, con niños separados por grupos burbuja que no pueden jugar ni hablar con sus amigos del "otro grupo", que se mueven de manera autómata por los pasillos de la escuela y caminan siguiendo las instrucciones enganchadas con señales de colores en el suelo, que hacen deporte escolar con la mascarilla puesta y empiezan a ver tan normal los controles policiales, las multas, el que sus padres y madres separados lleven "salvoconductos" para poder llevarlos de una a otra casa o que no puedan disfrutar de las reuniones familiares con sus primos y primas. 

 

Este 2020 ha conseguido todo esto y mucho más en nuestras vidas cotidianas. Sin ser un conspiranoico negacionista ni nada similar sólo diré que esta distopia en la que vivimos sería el máximo orgasmo de los poderes que pretenden una sociedad "feliz" mansa, obediente y productiva dónde los propios ciudadanos ejercen la violencia estructural en formato de broncas, acusaciones y demás hacia sus semejantes en bravo apoyo a las fuerzas policiales que asumen nuestro cuidado colectivo y nos protegen de los incívicos, "negacionistas", irresponsables horribles a los que hay que multar o enjuiciar severamente… más allá de que se trate de adolescentes o jóvenes que necesitan vivir su espacio de grupo por pura evolución psicológica o se trate de personas con enfermedades mentales o de simples adultos que no acaban de encajar todo lo que está ocurriendo.

 

Nos venden que debemos ser responsables. Este valor lo igualan al de la obediencia ciega de tal modo que no existe la posibilidad de discusión. Discutir sobre las medidas nos coloca en el saco del negacionísmo y este nos equipara mediáticamente a la locura de la extrema derecha o a otros friquismos desaforados. No hay vuelta de hoja.

 

Este fin de semana disfruté con mi pareja de un paseo por toda la sierra de Collserola desde Torre Baró hasta el parque del Tibidabo. Disfrutamos de un sábado agradable junto a cientos de barceloneses/as ávidos de montaña, paseos y aire libre. Descubrimos lugares nuevos y sentimos gran felicidad por pequeñas cosas… es simple, pero tal vez de esto va la vida.

Una vez llegados a media tarde a la parte más alta del Tibidabo convergimos con varios grupos de personas (excursionistas, ciclistas y otros) y nos sentamos en pequeños grupos separados a varios metros por la zona para poder comer unos merecidos bocadillos (de atún y sardinas para más señas). Era un momento plácido. El sol de la media tarde bañaba las frentes de las decenas de excursionistas y curiosos que andábamos por ahí sentados en el suelo comiendo, charlando y disfrutando las vistas del sur de nuestra sierra condal. Junto a mi pareja revisábamos las fotos de lugares descubiertos por la mañana, nos reíamos y mirábamos al resto del personal que andaba por allí con las precauciones que la pandemia nos exige. Unos bancos apostados al sur estaban precintados por el ayuntamiento para que la gente no se pudiera sentar. Bancos dónde deben caber no más de cuatro personas. Bancos separados unos cinco metros el uno del otro. Precintados. Bancos dónde daba el sol de media tarde directamente. El precinto era muy leve, casi anecdótico. Mi pareja me dijo si me quería sentar en ellos y yo, más por pereza de levantar el culo de dónde estaba que por otra cosa, le comenté que ya estaba bien en el suelo. Tres jóvenes excursionistas llegaron entonces y los ocuparon para tomarse un café para llevar que habían comprado en la única tienda abierta y dar cuenta de la merienda que llevaban en sus mochilas. Las escasas veinte personas que disfrutábamos ese momento teníamos un momento de paz y tranquilidad que se truncó con un coche de la guardia urbana barcelonesa que frenó atropelladamente enfrente del banco con los tres jóvenes. Un agente bajito y regordete salió del auto rápidamente cómo si persiguiera a un atracador y con la voz más alta que pudo dijo "qué bien! El ayuntamiento de Barcelona os ha reservado un espacio especial para que os sentéis tranquilamente aquí! qué suerte tenéis chicos!" Y con esa palabrería de proyecto esmirriado de macarrilla que sabe que tiene las de ganar el agente siguió con su discurso culpabilizador de mierda pidiendo la documentación y avisando que iban a caer multas por saltarse el precinto ridículo, tener la mascarilla bajada, etc. El remanso de paz se convirtió rápidamente en un barullo de personas que huían del lugar disimuladamente con el fondo de una acalorada discusión en que uno de los tres chicos argumentaba al agente que se estaba tomando un café y supongo que también recriminaba la chulería del funcionario y las poco ortodoxas formas. Tras los multazos y media hora de documentación y otros trámites los chicos se largaron del lugar indignados y quejándose en voz alta, motivo por el que el mismo Clint Eastwood regordete se dirigió a paso rápido tras ellos cuando ya estaban a unos cien metros supongo que sintiéndose herido en su orgullo de guardián de la ley. Su compañero agarró el coche y rápidamente avanzó para intentar cortarles el paso. Menos mal que el chaval más indignado empezó a bajar la cuesta con celeridad y sólo su amiga -algo más conciliadora- evitó lo que a todas luces iba a terminar en una detención por desacato o qué se yo… horas más tarde, ya entrada la noche, otro agente del mismo cuerpo le asestó un par de tiros en el abdomen a un sintecho que -según él- le iba a atacar con una arma blanca. No atinó a usar otro método o incluso, encontrándose en peligro de muerte, de pegarle un tiro en la pierna. No. Fue más eficaz dispararle en el abdomen. Sin ser ningún perito forense ni criminólogo intuyo al ver los videos del momento que circulan por la red que en ningún momento se percibe esa situación límite de ataque que justifique esa violencia. Yo más bien observo a un transeúnte que parece simplemente andar y que a mi juicio diría que se aparta del lugar con calma tensa. Pero… ¿qué sabré yo? En nuestra sociedad y en la nueva panacea de control social en la que andamos metidos nunca el ciudadano tendrá la razón y la sombra de la sospecha recae en cualquier persona que ponga en duda la voz  de los amos reverberada por las placas de los agentes que "cuidan" de nosotros y se esmeran en recrear la convivencia, la seguridad y la paz que han sido redactadas en lejanos decretos para nosotros.

 

Si alguien lee estas líneas y percibe que critico a los cuerpos de seguridad pues debería saber que no es así y que en la inmensa mayoría de casos aplaudo su labor (menos cuando se trata de GC y PN desplegados en mi tierra, de mossos antidisturbios excitados o de municipales con los papeles extraviados) y entiendo que se enfrentan a situaciones muy complejas que les ponen a prueba como seres humanos. Tal vez por ello en general cobren mucho más que un maestro, una doctora, un bombero o una educadora social …digo yo. Nótese cierta ironía. Gracias.

 

Estos últimos años nos hemos ido acostumbrando progresivamente a la audaz judicialización de la protesta ciudadana; a términos manipulados como los "delitos de odio", a demandas judiciales contra la libertad de expresión, a la persecución de expresiones artísticas y a un discurso impulsado desde los medios cercano a lo que un psicoanalista tildaría metafóricamente como castración social o control del impulso. Y además, todo ello, mezclado con un creciente fervor colectivo hacia las medidas de "responsabilidad" a menudo confundidas con civismo y bondad. Yo no soy nada más que un barcelonés de mediana edad, papá, trabajador de la educación social, hipotecado y excursionista dominguero, pero creo que todo lo que estamos viviendo va a tener unas gravísimas consecuencias en nuestras vidas y en las de los niños, niñas y jóvenes que acompañamos que observan a su alrededor y se empapan de un sentir ciudadano, de un discurso colectivo y de una probable fe inquebrantable en que el poder quiere lo mejor para nosotros y, seamos serios, con pandemia o sin pandemia, esto jamás en la historia no ha sido, ni fue, ni será así.

 


lunes, 2 de noviembre de 2020

"David, soy feliz"

 


Cumplimos ya el noveno mes de suplicio colectivo envueltos en esta pandemia de mierda que ha sumido a gran parte de los países ricos en una situación de incertidumbre y semi caos como no habíamos visto aún en el siglo XXI. Y insisto en los países ricos ya que los pobres ya están -por desgracia- mucho más habituados que nosotros a lidiar con la inseguridad, el miedo y la inestabilidad permanente.

Empezamos un mes de noviembre repleto de desmanes de todo tipo. No sabemos aún el alcance de lo que nos espera por vivir ya sea en lo relativo a la salud, como a la economía doméstica o la vida social con la espada del confinamiento pendiendo encima de nuestras cabezas. Esa incertidumbre junto a la certeza de muchos hogares que ya han empezado a tocar fondo tras meses de ertos sin cobrar, pequeñas empresas que se fueron a pique, desahucios que siguen produciéndose a toda marcha o similares viene acompañada de un escenario político, mediático y social como para ponerse realmente a llorar.
 
Me entristece profundamente ver las noticias de este fin de semana y encontrarme con los disturbios y los saqueos en varias localidades españolas. Para algunos medios y tuiteros se trata de lo que ellos denominan "menas" o "ultraizquierda". Otros medios y particulares demuestran sobradamente que quienes azuzaron la mayoría de esas protestas (y luego intentaron borrar sus huellas en la red) fueron VOX y organizaciones afines. Saqueos en tiendas, escenas de violencia urbana, gritos de "defendamos nuestra tierra", antorchas, pedradas, pintadas antisemitas en las calles de Barcelona, negacionistas, defensores de sus derechos, capuchas, videos dónde se ven a policías encapuchados gritando aquello de "somos compañeros", informaciones adulteradas y manipuladas corriendo de tuit en tuit, ornamentación fascista en algunos jóvenes,  confusión.
 
Y aquí estamos. 2 de noviembre de este maldito año. Esta noche me niego a encender el televisor y ver las noticias. Leo Twitter y me deprimo de nuevo al comprobar cómo la población se tira los trastos a la cabeza sin parar. Fachillas azuzando a salir a las calles en pos de la libertad. La libertad y los derechos reclamados desde la extrema derecha! Ciudadanos que se enzarzan con otros acusándolos de insolidarios por salir a tomar el sol por Collserola el domingo. Policías de balcón (nuevo término perfectamente huxleriano) denunciando los desmanes horribles de sus vecinos por quitarse la mascarilla mientras hacen running. Periodistas irresponsables defendiendo a sus amos políticos y económicos sin importar ni la verdad ni la ética. Políticos enganchados en una espiral de descalificaciones en pos de rédito electoral. Bancos y multinacionales sacando jugosos premios económicos regalados por el gobierno de turno. Trabajadores perdiendo su trabajo. Pequeños empresarios arruinándose sin recibir ayudas. Jueces ordenando desahucios sin parar. Policías que ven aumentado su sueldo un 20% precisamente ahora (curioso, no?). Estados de alarma planteados por muchos meses que garantizan cualquier acción del gobierno… y cuando digo cualquier, digo cualquier. Medios que nos inoculan el miedo en vena. Roces sociales que vamos perdiendo. Familias que  no se ven. Abuelos solos. Normalización del control policial extremo. Adolescentes enjaulados. Niños sin deporte. Metros repletos en hora punta. Toques de queda que nos hubieran hecho rebelar en el pasado. Millones invertidos ahora mismo en tanques y aviones militares cuando los sanitarios agonizan. Hospitales millonarios vacíos por falta de personal. Propuestas de control familiar como el "responsable covid" dentro de las familias por navidad! Discursos racistas culpabilizadores de la enfermedad. Aplausos rechazados por los médicos. Centenares de amebas plantando miles de banderas cada fin de semana. Noticias fake. Estadísticas falseadas. Científicos vetados en gobiernos o televisiones por tener visiones contrarias al poder. Jueces y fiscales enloquecidos acusando a los rusos de ayudar militarmente a los catalanes o ayudando descarada e impunemente a los grandes partidos en cuestiones de corrupción. Noticias escondidas. Televisiones con tertulianos "cuñaos" con poco más que decir que lo que les ordenan sus amos. Futbolistas tristes por jugar sin público. Eméritos fugándose impunemente con vacaciones infinitas y gastos faraónicos pagados por nosotros. Familias reales odiadas por el mismo pueblo que les va a pagar un 6% más este año  para que sigan en ese lugar clave ayudando a los herederos del golpe del 36. Fascistas. Extremistas. Defensores españoles de Trump. Parejas que viven separadas y no pueden verse. Municipales con licencia para matar. Repulsión al ver una nariz fuera de la mascarilla. El bareto trasladado al banco de la plaza.
 
Y con todo ello y muchísimo más realmente me siento en una distopia inesperada, en un cruce de caminos conspiranoico a ratos, rebelde por momentos, indignado permanente y expectante todo el tiempo. Y así vivimos hoy. Y así nos ven nuestros hijos, los niños y adolescentes con los que trabajamos desde la escuela o desde otros ámbitos. Y ellos perciben toda esa paranoia y no tengo ni la más remota idea de cómo la están digiriendo. Y no consigo vislumbrar con qué se van a quedar sus jóvenes mentes percibiendo como los adultos nos atacamos, renegamos, somos incoherentes, nos confundimos, formamos bandos de manera aleatoria pero luego volvemos a nuestras convicciones, sentimos miedo a la vez que rabia, creemos y no creemos, nos enfadamos, criticamos al vecino y luego hacemos lo mismo que él, acusamos, cambiamos hábitos, escuchamos las noticias sin creerlas, maldecimos y acatamos.
 
Hace unos días, en el metro, una chica de mediana edad muy bien vestida se volvió loca gritando y llamando a la policía acusando a un músico de llevar la mascarilla por debajo de la nariz. La mujer vociferaba y se movía enérgicamente acusando con un dedo al infeliz músico que, acordeón en mano, se la miraba sin rechistar. Diversos niños pasaban por allí y miraban la escena con curiosidad. Me pregunté lo que deberían estar pensando de la situación y por unos instantes sentí vergüenza ajena por proporcionar a la infancia escenitas así. Tal vez esa mujer había perdido a su madre por Covid o puede que hubiera perdido el trabajo por un quiebre de su empresa o que simplemente fuera una histérica o una racista puesto que el músico parecía de la Europa del este. Fuera como fuere me sentí apesadumbrado por normalizar yo mismo escenas de ese tipo.
 
En mi CRAE un joven confinado estudiante de ESO se nos rebeló hace unas semanas puesto que sus amigos (de la misma clase confinada) lo estaban esperando en la puerta del centro para salir y nosotros no lo dejábamos.
Esta mañana un niño de once años poco amigo del trabajo doméstico ha sido confinado en una habitación por un contacto con positivo y tras verse encerrado allí él solo con un sofá perfecto, la nintendo, una tablet y una televisión con Netflix me ha mirado con ojos de pillín y me ha dicho "David, soy feliz". Aún me sigo riendo… pero, de veras, no tiene tanta gracia.