Nuestra
sociedad funciona así. Una maldita imagen insoportable colapsa todos los medios
occidentales y de repente una lógica ola de indignación a la vez que
solidaridad sacude a la ciudadanía mundial. De repente, los gobiernos
occidentales se ven obligados a seguir las demandas de sus votantes y
timidamente empiezan a proponer medidas humanitarias de auxilio para ayudar a
los refugiados que escapan aterrorizados del conflicto armado obviando
lógicamente que gran parte de esos mismos gobiernos son culpables sino
incitadores y financiadores directos de este tipo de conflictos: lógicas y
incoherencias de este mundo dominado por la codicia estructural que consiguen
convencernos que las grandes soluciones pasan por el auxilio a los necesitados
más que por un gobierno mundial que vele por el bien de la humanidad.
La
maldita foto del pequeño ha colapsado los medios esta semana. Debo reconocer
que para un padre de un niño de cuatro años como yo, observar esa imagen de
Aylan Kurdi, se antoja un hecho insoportable. Y realmente así es. No he
conseguido aún mirar con atención la foto por más que unos pocos segundos y
debo reconocer que el llanto se apodera de mí cuando mi mente obscena recrea la
maldita imagen en la playa. Se trata de algo cruel, desgarrador. Una vida
arrancada que me conmociona en todos los sentidos, por lo próximo, por lo
humano que resulta el hecho de querer huir de un lugar sitiado por la metralla,
la muerte y la sinrazón.
No es mi
intención ahondar en la herida que todos hemos sentido esta semana aunque
siento un leve respiro por ver que los políticos escuchan de vez en cuando (ni
que sea con ánimo electoralista) el clamor de la ciudadanía. Sinceramente no
confío en que se tomen medidas de humanidad absoluta. Más bien creo que se
aprobarán presupuestos y proyectos inmediatos para que las grandes masas sigan
creyendo en la bondad del sistema y poco más… no nos engañemos. Los mismos que
propondrán medidas de apoyo seguirán vendiendo armas a partes del conflicto y
tomando parte de acuerdos geoestratégicos con otras naciones, corporaciones y
demás. Así funciona nuestro mundo. Nuestra especie está dominada por la codicia
y la última gran revolución deberá basarse en el bien común… aunque en términos
evolutivos podemos estar aún en etapas muy iniciales.
Mi gran
duda estos últimos días como padre y como educador radica en qué decir a
nuestros niños y jóvenes al respecto. Estoy seguro que en muchos hogares se
habrá tratado el tema del niño con horror; se habrá comentado, algunos niños y
adolescentes se habrán sentido conmovidos, otros tal vez no, algunos padres
habrán mostrado su indignación para con el mundo, otros habrán apagado los
televisores para proteger inútilmente a sus vástagos de la barbarie humana… sea
como fuere, cuando los medios nos dirigen hacia una noticia resulta imposible
escapar de ella. Pero yo sigo preguntándome: ¿cómo tratamos estos temas con
nuestros hijos?, ¿tomamos partido moral o políticamente?, ¿logramos hacer que
empaticen con la situación de semejantes suyos en otros contextos?, ¿los
alienamos y prohibimos el acceso a la información por miedo?, ¿mostramos
nuestros temores y recelos sobre el mundo en que vivimos?, ¿logramos hacerles
ver que la vida y la humanidad es tan maravillosa como terrorífica?.
Pensemos
en cómo un niño o adolescente de nuestra sociedad encaja las imágenes de Aylan
en su estructura de pensamiento; pero pensémoslo desde dos prismas básicos: el
contexto de educación moral en que ha crecido (el sistema de valores familiares
y su aplicación) y la educación emocional que ha recibido. Si el primer aspecto rige la capacidad de
sentido crítico, justicia y criterios de humanidad, el segundo se centra en los
sentimientos y el grado de empatía. Ambos se relacionan y retroalimentan
lógicamente permitiendo la expresión de ideas, sentimientos y emociones dentro
de una propia escala de valores. Y ahora, la pregunta: ¿somos siempre
conscientes padres y educadores que nuestro ejemplo cotidiano repercute en todo
ello?
Dicho
esto propongo no esconder a nuestros niños (no me refiero a los más pequeños,
claro) la maldita imagen siempre y cuando podamos tratar el tema en familia y
mostrar nuestros valores más firmes sin esconder nuestras emociones más
básicas. Resulta que a menudo los adultos nos convertimos en grandes expertos
en edulcorarles la realidad sin tener en cuenta que los más jóvenes ya forman
parte de esta comunidad tan maravillosa como violenta llamada mundo, sin
recordar tampoco que nunca el valor de la justicia estuvo tan inmensamente
claro como en nuestra infancia. Y si nunca jamás seremos tan justos como los
niños tal vez debemos reaprender de ellos o valorar mejor sus
"sencillas" propuestas.
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