Toni me
repite continuamente que quiere estudiar para ser educador. Él tiene 19 años,
un pasado familiar complejo, tres años de adolescencia vividos en el centro de
menores que dirijo, buena voluntad, valores importantes y un espíritu
resiliente encomiable. No tengo dudas que este chico llegará donde se proponga.
Ninguna duda. Pese a las dificultades existen personas que amparadas en su
fuerza de voluntad, en sus valores y en una energía positiva sonsacada de no se
sabe dónde consiguen sus objetivos. Y él quiere ser educador social. Quiere
trabajar en esta complicada profesión después de haber sufrido y disfrutado de
las diversas intervenciones que unos cuantos profesionales hicieron con él,
después de vincularse a personas que en un momento difícil de su vida supieron
rescatar lo mejor de él, después de sentirse agradecido por el apoyo que
recibió. Sinceramente, no sabe dónde se mete.
Un
servidor empezó su carrera como educador en un lejano año olímpico. La primera
horneada de educadores sociales que empezamos en la universidad en un lejano 92
con toda la ilusión del mundo, rebeldes algunos, emocionados los más. Con 20
años de profesión a mis espaldas entiendo ahora en toda su inmensidad la
categoría de nuestra labor. He pasado por centros de menores, por proyectos
comunitarios, por centros abiertos, por acciones de participación infantil y
juvenil, por apoyo a familias, menores migrados en solitario. He trabajado de
educador en la calle y en instituciones. He coordinado y dirigido equipos. He
formado educadores y educadoras tanto en la universidad como en el tajo. Y de
todo ello me quedo hoy con que todavía sé muy poco de mi profesión. Poco.
Poquísimo. Tan poco que cada día aprendo cosas nuevas de mí mismo, de los
chicos de los que tengo la guarda legal, de mis jefes y especialmente de los
educadores que colaboran conmigo. Un continuo aprendizaje que me produce dolor
(cuando debo reconocer mis errores o señalar actitudes incompetentes o poco
comprometidas) y placer (cuando integro nuevos puntos de vista o compruebo
logros de las personas).
Por
ello, cuando Toni me dice que quiere ser educador siento un inmenso placer por
integrar a un futuro profesional que será muy competente a la vez que una leve
angustia por no saber explicarle con palabras claras dónde se está metiendo. ¿
Dónde se quiere adentrar? A él le hace ilusión, lógicamente, trabajar de
educador en un centro de menores. Él ha pasado parte de su vida ahí y sabe que
puede aportar mucho, muchísimo. Yo también lo creo. Lo sé. ¿Quién mejor que un
ex residente en un centro de menores para entender lo que sienten los chicos y
chicas que están ahí?, ¿quién mejor para entender sus angustias, miedos y
rebotes? Pero aun así, alguien debe de explicarle algún día en qué consiste
realmente este trabajo. Yo no le puedo dar más que mi visión individual pero me
veo en el deber de regalársela para que realmente esté seguro de su elección.
Querido
Toni:
Tú sabes por experiencia propia que hay diversos
tipos de educadores. Seguramente tantos como tipos de personas. No soy quién
para enumerar aquí las diversas etiquetas y roles que llevan y juegan los
muchos educadores y educadoras sociales que existen, especialmente en los
centros de menores. Pero sí que te puedo explicar lo mucho que ponemos en
juego.
El educador/a excelente viene cada día al trabajo con
la máxima energía, está centrado absolutamente en la necesidades de los chicos
y chicas que atiende, observándolos, compartiendo con ellos sus alegrías
tristezas y desvaríos. Comprende el complejo cerebro adolescente sin juzgar
todas las acciones. Está centrado en acompañar al chico o chica del que es
tutor atendiendo a sus necesidades vitales, flexible con las normativas del
centro, duro cuando debe serlo, cariñoso cuando se precisa, afable en las contrariedades,
chistoso en los buenos momentos, inflexible ante las tomaduras de pelo,
entrañable en momentos cálidos y cabroncete cuando se tercia. Pero con todo, el
educador/a excelente anda al lado de cada chico o chica, consciente que no
está" reconstruyendo" nada sino simplemente acompañando, sintiendo y
animando a la vez que llamando la atención y señalando oportunidades y nuevos
caminos que cada adolescente debe aventurarse a explorar.
Ese educador/a excelente no anda centrado únicamente
en hacer cumplir las normas (de ello ya se encarga la policía en exclusiva) ni
en obligar a andar el camino que él cree correcto desde su experiencia. Al
contrario, entiende que cada persona es un mundo y se centra en que cada
chico/a se conozca mejor a sí mismo y se sienta capaz de mejorar y
transformarse. Intenta que cada joven
observe el presente y el futuro como un espacio lleno de posibilidades,
consciente de los peligros y apoyado en sus puntos fuertes. Ese educador/a
insufla fuerza, energía, esperanza. Cree en el adolescente y no se da por
vencido. Sostiene al chico/a cuando este pierde la esperanza, le frena cuando
se dispara, le abraza cuando se hunde y le abronca cuando se desmadra. Se hace
respetar amparado en su fuerza y energía personal y no en la normativa en la
que algunos profesionales intentan justificarse y disimular su incompetencia o
su escasa energía vital.
El educador/a excelente no compara a los jóvenes ni
crea estereotipos. Desenmascara conflictos internos sutilmente a la vez que
presenta oportunidades y puntos de apoyo. No se pone las medallas sino que las
pone él al adolescente y a la familia, si cabe.
No hablamos sólo de un profesional sino más bien de
una persona comprometida con el prójimo, abierta a las emociones, centrada,
resolutiva, enérgica y entrañable.
Pareciera que hablo de superhombres y super mujeres.
Pero no nos podemos conformar con menos.
Y sí, Toni, olvídate de sueldos jugosos. Admite que
parte de tu salario va a venir de tu satisfacción personal y de lo mucho que te
plantees disfrutar en el trabajo. Triste, sí, que las labores básicas de esta
sociedad sean vistas como poco menos que periféricas y prescindibles. Pero esta
idea no debe desanimarnos puesto que nosotros sabemos que estamos aportando
valor social clave .
Sin embargo te encontrarás con compañeros y
compañeras desanimados, negativos, tristes o ambivalentes, resabiados y
incompetentes. Pues claro; como en toda profesión hay personas que no debieran
haberse dedicado a eso. Y lo afirmo categóricamente. Existen educadores que
serían excelentes guardias urbanos, maestros, carpinteros, ingenieros,
economistas, payasos, políticos o periodistas… pero como educadores que deben
acompañar a jóvenes en riesgo son unos auténticos patanes. Lo siento. Es así.
Si alguien me lee y se siente reconocido le aconsejo que se replantee su vida
profesional puesto que su mala praxis está haciendo daño (y mucho) a personas
adolescentes.
Si quieres dedicarte a acompañar jóvenes y
adolescentes deberás ante todo conocerte a ti mismo, tus fortalezas y
debilidades, tus limitaciones y potencialidades para saber en todo momento
dónde y cómo estás. Un educador que no se conoce a sí mismo y que no es capaz
de plantearse retos personales y crecer no será capaz de hacer crecer a sus
chicos y chicas. Y es que hablamos de educación, claro, pero siempre vinculada
al crecimiento personal, al convencimiento de ser capaces de todo, de aceptar
la realidad para mejorar desde ella, del esfuerzo por conseguir objetivos, de
resiliencia para superar las dificultades y de la búsqueda de la felicidad.
Si!, de la felicidad! Te extraña? Pues no debería ... Acaso no es ese el reto
de cada ser humano?: vivir feliz y en harmonía en su comunidad?
Te escribiría muchas más ideas pero todas se pueden
resumir en un dicho de las abuelas, siempre a la vanguardia de la educación con
sentido común: "se educa más con el ejemplo que con las palabras".
Pues eso.