Nos acercamos al día uno de
octubre. Una jornada soñada por muchos catalanes de todas las edades que ven en
un Referéndum de autodeterminación la vía de escape de un estado fallido (el
español) que ha sido manejado desde tiempos inmemoriales por un pequeño sector
, una oligarquía, casta o llámese como se quiera, dueña de todo y acostumbrada
al poder de las armas y la fuerza bruta. No soy historiador ni antropólogo y
ciertamente mis argumentos son básicos pero precisamente por ello son fuertes:
un estado artificial (bien mirado, como todos) que ha inoculado durante siglos
el miedo y odio a partes iguales, que ha mantenido un régimen feudal cada vez
más sofisticado en el que el vasallaje está asumido por políticos de toda
ideología, iglesia, fuerzas armadas y policiales, universidades, tribunales y
la población de a pie, capaz de aceptar (en una grandísima mayoría) que esta
semana el estado español mande a más de diez mil policías armados a mi nación,
despidiéndoles con vítores, cantándoles por la calle consignas guerreras,
aplaudiendo y animando a que vengan a reprimir con toda la violencia a mi
gente, a tres millones de catalanes que pedimos votar y que aún no hemos
realizado ni el más mínimo acto de violencia. Un estado que miente, que tiene a
su servicio a toda la prensa, los jueces y tribunales, que adoctrina en la
mentira histórica, que sólo mira por conservar los privilegios de una élite
corrupta y sanguinaria (sí, sanguinaria, por que fueron los responsables de los
miles de muertos en la guerra, en la posguerra y en todos los anteriores
conflictos y que a día de hoy si pudieran aplaudirían de nuevo las
metralletas y los fusilamientos). Un estado tan, como decirlo… un estado tan
“de mierda” debe caer algún día por su propio peso. Tal vez nuestra actual
“revuelta catalana” (una más en nuestra historia) sea la espoleta que pueda
hundir por fin al estado más mafioso y corrupto de Europa. Y lo más gracioso de
todo es que la inmensa mayoría de españoles están estos días aplaudiendo las
partidas de los antidisturbios hacia mi casa y creyendo ciegamente en la
manipulación obsesiva con que todos los medios españoles bombardean sin
importar línea ideológica editorial, por que a fin de cuentas lo de las
ideologías en España es otra más de las falsedades en que vivimos. Un sistema
en que hace falta que haya brega entre partidos, televisiones y periódicos para
tener a todos los españolitos ensimismados en sus debates inocuos y regirados.
Debates que no llevan a ninguna parte y que se repiten exiguamente desde los
tiempos de la República, dando círculos concéntricos en el patio del cortijo
del señorito de turno, de sus hijos y nietos que a regañadientes van dando
algún pequeño paso a la izquierda para poder conservar y controlar todos sus
bienes sin que la masa se de cuenta que vive esclavizada y engañada, como sus
padres y abuelos.
Y llegados a este punto llega
el pueblo catalán (o al menos una mayoría) y se rebela. Decimos basta. Y la
bandera estelada ha sido el arma que esta vez hemos tomado, como lo fue la bandera
anarquista en los convulsos años veinte y treinta. Y España reacciona del mismo
modo: la violencia; aplastar todo aquello que pueda poner en peligro a los amos
de todo. Y digo que la bandera estelada de Catalunya ha sido nuestra arma esta
vez. Y lo digo con la conciencia de que más de la mitad de independentistas
–aún sintiéndonos siempre catalanes y digamos muy poco españoles- no estaríamos
abrazando hoy esta causa sino fuera por la injusticia en que vivimos… pero no
sólo los catalanes!! El resto de españoles!!! Por ello esta revuelta popular
pacífica no sólo es catalana sino que es y debería ser española. Por desgracia,
sólo unos pocos miles de españoles han salido a protestar ante los atropellos
fascistas de estas últimas semanas en Catalunya y ello me hace entrar de lleno
en mi tema, el educativo. Porque supongo que os preguntaréis como en un blog de
un pedagogo que habla de educación social hoy pongo sobre la mesa un estallido
de libertad como el que mi pueblo está viviendo.
Tal vez más de un lector haya
interrumpido en las primeras líneas la lectura aburrido por el tema o mosqueado
por el tono catalanista. Y es que este catalufo de mierda que escribe es además
de persona con sentimientos y emociones igual que el resto de mis hermanos
españoles (ojo, hermanos) alguien que adora la libertad de expresión, que cree
en las personas, en los movimientos y la ilusión colectiva y muy especialmente
en la educación. Por ello soy educador social y pedagogo. Porque amo el
progreso de las personas y los pueblos. Y muy a menudo el progreso requiere
salir de nuestras ideas impuestas, mirar por encima de las nubes y comprender
que hay diversidad de puntos de vista y que las sociedades son diversas pero
que las une mucho más de lo que las
separa. Y pensando en ello lo que nos une ahora mismo a una gran mayoría de
catalanes es un ansia de libertad y dignidad colectiva sin precedentes en las
últimas décadas y que tiene mucho más que ver con un descubrimiento colectivo
sobre la mierda de estado que nos sojuzga que con la revisión histórica de la
nación catalana. Porque ciertamente todos nuestros padres y abuelos han sufrido
en sus carnes la represión y el odio franquista, la prohibición de nuestra
lengua y cultura, la negación de nuestra historia como nación milenaria pero a
día de hoy no es eso lo que nos importa. Yo mismo que nunca fui de banderitas
no voy a ir a las urnas el próximo domingo invocando la historia de mi pueblo
sino que voy a ir gritando por mi libertad, por la construcción de un estado
más justo y moderno, por huir de un estado férreo con el que nunca se pudo
dialogar por que su único argumento fue y es la violencia. Y como yo, muchos
miles de catalanes vamos a ir temprano a los colegios electorales aunque miles
de policías armados españoles con el virus del odio nos estén aguardando porra
en mano y mostrando sus metralletas. Nos da igual. Y si van a rompernos las
cabezas de nuevo pues vamos a aguantar pacíficamente, por que si de algo me
siento orgulloso hoy es precisamente de nuestro postulado pacífico y no
violento. Y retomando el eje educativo, vamos a mostrar a nuestros niños y
jóvenes que la actitud cívica, la tranquilidad y la no violencia ante las
provocaciones con que nos encontraremos van a ser la tónica general.
Nuestra lucha no es otra que
la libertad, esa con la que queremos educar y vivir. Como educador deseo que mi
trabajo provoque cambios, rompa estereotipos y venza obstáculos. Deseo que los
jóvenes descubran, que sean críticos y defiendan sus valores. Deseo que sepan
mediar, que sean dialogantes y empáticos, que sepan defenderse y defender a los
suyos con la palabra. Que sean fuertes y honestos. Que puedan sobrellevar sus
cargas y deshacerse de ellas para correr más ligeros; que puedan convivir,
amarse y ser felices. Por ello trabajo en esto. Por ello voy a ir a votar el
domingo. Por que nadie va a pisarme en nombre de una legalidad poco moral y
nada ética. Por que lo primero es lo primero.