Este 2020 ha conseguido que muchos
ciudadanos de este estado (y seguramente de otros muchos) empecemos a
normalizar situaciones hasta hace bien poco surrealistas tales como el famoso
"toque de queda", la distancia social, el estar en silencio en los
transportes públicos, no poder comer por la calle, la omnipresente mascarilla,
los grupos de no más de seis personas, parques infantiles y actividades
extraescolares cerradas, los policías de balcón, calles desiertas, pequeños
negocios en quiebra, ertes, ertos, familias antaño donantes de alimentos ahora
recibiéndolos, discusiones callejeras acerca del no respeto de la distancia, no
abrazarnos ni besarnos, amantes separados, ligones y ligonas habituales
subiéndose por las paredes, sanitarios desquiciados, mensajes de "juntos
podemos", aumentos de sueldo salvajes a las fuerzas del orden, omnipresencia
mediática de llamadas a la responsabilidad/obediencia ciega colectiva y un
largo etcétera de situaciones cotidianas de nerviosismo, intranquilidad y
desconcierto. Sólo hace falta salir a hacer la compra una tarde y observar al
personal, el cuidado con el respeto de la distancia, las miradas de rabia hacia
el que lleva la mascarilla mal puesta, los vecinos que se hablan a dos metros,
las abuelas que se encuentran a los nietos y no les pueden tirar de los
mofletes con gran alivio para los pequeños. Sólo hace falta observar un poco el
movimiento en las escuelas, con niños separados por grupos burbuja que no
pueden jugar ni hablar con sus amigos del "otro grupo", que se mueven
de manera autómata por los pasillos de la escuela y caminan siguiendo las instrucciones
enganchadas con señales de colores en el suelo, que hacen deporte escolar con
la mascarilla puesta y empiezan a ver tan normal los controles policiales, las
multas, el que sus padres y madres separados lleven "salvoconductos"
para poder llevarlos de una a otra casa o que no puedan disfrutar de las
reuniones familiares con sus primos y primas.
Este 2020 ha conseguido todo esto y
mucho más en nuestras vidas cotidianas. Sin ser un conspiranoico negacionista
ni nada similar sólo diré que esta distopia en la que vivimos sería el máximo
orgasmo de los poderes que pretenden una sociedad "feliz" mansa,
obediente y productiva dónde los propios ciudadanos ejercen la violencia
estructural en formato de broncas, acusaciones y demás hacia sus semejantes en
bravo apoyo a las fuerzas policiales que asumen nuestro cuidado colectivo y nos
protegen de los incívicos, "negacionistas", irresponsables horribles
a los que hay que multar o enjuiciar severamente… más allá de que se trate de
adolescentes o jóvenes que necesitan vivir su espacio de grupo por pura
evolución psicológica o se trate de personas con enfermedades mentales o de
simples adultos que no acaban de encajar todo lo que está ocurriendo.
Nos venden que debemos ser responsables.
Este valor lo igualan al de la obediencia ciega de tal modo que no existe la
posibilidad de discusión. Discutir sobre las medidas nos coloca en el saco del
negacionísmo y este nos equipara mediáticamente a la locura de la extrema
derecha o a otros friquismos desaforados. No hay vuelta de hoja.
Este fin de semana disfruté con mi
pareja de un paseo por toda la sierra de Collserola desde Torre Baró hasta el
parque del Tibidabo. Disfrutamos de un sábado agradable junto a cientos de
barceloneses/as ávidos de montaña, paseos y aire libre. Descubrimos lugares
nuevos y sentimos gran felicidad por pequeñas cosas… es simple, pero tal vez de
esto va la vida.
Una vez llegados a media tarde a la
parte más alta del Tibidabo convergimos con varios grupos de personas
(excursionistas, ciclistas y otros) y nos sentamos en pequeños grupos separados
a varios metros por la zona para poder comer unos merecidos bocadillos (de atún
y sardinas para más señas). Era un momento plácido. El sol de la media tarde
bañaba las frentes de las decenas de excursionistas y curiosos que andábamos
por ahí sentados en el suelo comiendo, charlando y disfrutando las vistas del
sur de nuestra sierra condal. Junto a mi pareja revisábamos las fotos de
lugares descubiertos por la mañana, nos reíamos y mirábamos al resto del
personal que andaba por allí con las precauciones que la pandemia nos exige.
Unos bancos apostados al sur estaban precintados por el ayuntamiento para que
la gente no se pudiera sentar. Bancos dónde deben caber no más de cuatro
personas. Bancos separados unos cinco metros el uno del otro. Precintados.
Bancos dónde daba el sol de media tarde directamente. El precinto era muy leve,
casi anecdótico. Mi pareja me dijo si me quería sentar en ellos y yo, más por
pereza de levantar el culo de dónde estaba que por otra cosa, le comenté que ya
estaba bien en el suelo. Tres jóvenes excursionistas llegaron entonces y los
ocuparon para tomarse un café para llevar que habían comprado en la única
tienda abierta y dar cuenta de la merienda que llevaban en sus mochilas. Las
escasas veinte personas que disfrutábamos ese momento teníamos un momento de
paz y tranquilidad que se truncó con un coche de la guardia urbana barcelonesa
que frenó atropelladamente enfrente del banco con los tres jóvenes. Un agente
bajito y regordete salió del auto rápidamente cómo si persiguiera a un
atracador y con la voz más alta que pudo dijo "qué bien! El ayuntamiento de
Barcelona os ha reservado un espacio especial para que os sentéis
tranquilamente aquí! qué suerte tenéis chicos!" Y con esa palabrería de proyecto
esmirriado de macarrilla que sabe que tiene las de ganar el agente siguió con
su discurso culpabilizador de mierda pidiendo la documentación y avisando que
iban a caer multas por saltarse el precinto ridículo, tener la mascarilla
bajada, etc. El remanso de paz se convirtió rápidamente en un barullo de
personas que huían del lugar disimuladamente con el fondo de una acalorada
discusión en que uno de los tres chicos argumentaba al agente que se estaba
tomando un café y supongo que también recriminaba la chulería del funcionario y
las poco ortodoxas formas. Tras los multazos y media hora de documentación y
otros trámites los chicos se largaron del lugar indignados y quejándose en voz
alta, motivo por el que el mismo Clint Eastwood regordete se dirigió a paso
rápido tras ellos cuando ya estaban a unos cien metros supongo que sintiéndose
herido en su orgullo de guardián de la ley. Su compañero agarró el coche y
rápidamente avanzó para intentar cortarles el paso. Menos mal que el chaval más
indignado empezó a bajar la cuesta con celeridad y sólo su amiga -algo más
conciliadora- evitó lo que a todas luces iba a terminar en una detención por
desacato o qué se yo… horas más tarde, ya entrada la noche, otro agente del
mismo cuerpo le asestó un par de tiros en el abdomen a un sintecho que -según
él- le iba a atacar con una arma blanca. No atinó a usar otro método o incluso,
encontrándose en peligro de muerte, de pegarle un tiro en la pierna. No. Fue
más eficaz dispararle en el abdomen. Sin ser ningún perito forense ni
criminólogo intuyo al ver los videos del momento que circulan por la red que en
ningún momento se percibe esa situación límite de ataque que justifique esa
violencia. Yo más bien observo a un transeúnte que parece simplemente andar y
que a mi juicio diría que se aparta del lugar con calma tensa. Pero… ¿qué sabré
yo? En nuestra sociedad y en la nueva panacea de control social en la que
andamos metidos nunca el ciudadano tendrá la razón y la sombra de la sospecha
recae en cualquier persona que ponga en duda la voz de los amos reverberada por las placas de los
agentes que "cuidan" de nosotros y se esmeran en recrear la
convivencia, la seguridad y la paz que han sido redactadas en lejanos decretos
para nosotros.
Si alguien lee estas líneas y percibe
que critico a los cuerpos de seguridad pues debería saber que no es así y que
en la inmensa mayoría de casos aplaudo su labor (menos cuando se trata de GC y
PN desplegados en mi tierra, de mossos antidisturbios excitados o de
municipales con los papeles extraviados) y entiendo que se enfrentan a
situaciones muy complejas que les ponen a prueba como seres humanos. Tal vez
por ello en general cobren mucho más que un maestro, una doctora, un bombero o
una educadora social …digo yo. Nótese cierta ironía. Gracias.
Estos últimos años nos hemos ido acostumbrando
progresivamente a la audaz judicialización de la protesta ciudadana; a términos
manipulados como los "delitos de odio", a demandas judiciales contra
la libertad de expresión, a la persecución de expresiones artísticas y a un
discurso impulsado desde los medios cercano a lo que un psicoanalista tildaría
metafóricamente como castración social o control del impulso. Y además, todo
ello, mezclado con un creciente fervor colectivo hacia las medidas de
"responsabilidad" a menudo confundidas con civismo y bondad. Yo no
soy nada más que un barcelonés de mediana edad, papá, trabajador de la
educación social, hipotecado y excursionista dominguero, pero creo que todo lo
que estamos viviendo va a tener unas gravísimas consecuencias en nuestras vidas
y en las de los niños, niñas y jóvenes que acompañamos que observan a su
alrededor y se empapan de un sentir ciudadano, de un discurso colectivo y de
una probable fe inquebrantable en que el poder quiere lo mejor para nosotros y, seamos
serios, con pandemia o sin pandemia, esto jamás en la historia no ha sido, ni
fue, ni será así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario