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viernes, 26 de febrero de 2016

Hævnen (En un mundo mejor)

Acabo de deleitarme con esta película sueco-danesa. Al no ser un experto en el séptimo arte no entraré en críticas ni valoraciones estéticas que dejo para los entendidos aunque debo reconocer que me ha gustado y mucho. Y no solamente por la actuación de la espectacular actriz danesa Trine Dyrholm sino especialmente por la trama orquestada sutilmente por un guion que  ahonda de lleno en la respuesta que como padres, educadores y personas damos a la violencia cotidiana que nos rodea.
Hay una escena en concreto que me ha tocado de lleno. El protagonista corre hacia los columpios del parque al ver que su hijo pequeño se pela con otro niño. Tras separarlos con calma les pregunta por qué motivo se están pegando y los niños explican que uno quería echar del parque al otro. Al instante aparece el padre del otro chico y empuja violentamente al protagonista mientras le conmina a no tocar nunca más a su hijo. De paso le suelta un par de bofetones -de los que duele ver de verdad, por lo humillante- y le provoca para que se revuelva. Anton observa la situación: su hijo pequeño asustado ante lo que le hacen a su padre y el mayor con rabia en la mirada, esperando un acto violento en respuesta que no se va a dar. Decide retroceder y salir del parque evitando un altercado mayor consciente de que su hijo mayor va a tacharle de miedoso y va a sentir una fuerte decepción aunque orgulloso por poner en práctica una de sus máximas éticas que pretende transmitir a sus hijos.

En el filme se dan diversas situaciones que cotidianamente querríamos resolver por la línea agresiva como bullying en la escuela o situaciones abusivas gratuitas. Sin embargo lo que se pone en relieve durante toda la cinta es precisamente el control de la respuesta ante el abuso: ¿caer en la tentación de revolverse violentamente o mantenerse firme y valiente sin caer en la respuesta al mismo nivel? En este sentido aparecen algunas escenas que invitan a la catarsis violenta por aquello de pensar en la justicia y ese dilema momentáneo nos lleva a lo más hondo de nuestra humanidad.

Todo ello me recordó a mis años de escuela. Concretamente en cuarto de EGB. Un niño de mi clase (pongamos que se llamaba Jaume) tenía atemorizados a todos los demás. Su modus operandi era a través de disponer de tres o cuatro fieles matones así como de un sinfín de aduladores temerosos de recibir golpes y humillaciones en la hora del patio. Yo estaba cansado de ver como a mis compañeros les robaban las canicas, les insultaban y pegaban injustamente, se reían de uno y otro y nadie hacia nada. Por suerte yo nunca fui víctima directa de sus fechorías hasta el día que decidí plantarles cara ante un injusto canje de canicas que rozaba el robo. Mi preciada canica metálica grande fue a parar a los bolsillos de Juan y no pude hacer nada por recuperarla. Durante un par de días insistí en lo injusto del canje ya que habían hecho trampas en el juego pero sólo encontré de respuesta risas y mofas. Cansado, a la hora del patio me dirigí al "cappo" Jaume indicando que su pequeño sicario me estaba tratando injustamente a lo que me respondieron todos con amenazas colectivas, mofas y humillaciones diversas. Aún recuerdo los bailes de Santiago alrededor de mi riéndose y dándome alguna sutil patada con sus horribles botas amarillas y Jaume riendo con aquella carcajada sádica que un niño de nueve años no debería de tener.
Las dos horas posteriores al recreo antes de la salida fueron algo terrible para mí. Sentía una rabia intensa y mi mirada estaba fija en Jaume a quién soñaba en agarrar y pegar sin compasión. Y sencillamente así fue. La algarabía de la salida de clase se truncó en el patio, justo enfrente de la puerta donde las familias recogían a los niños. Recuerdo bien que me dirigí a Jaume y le dije muy seriamente que se había terminado ser el "jefe". Cuando se mofó de mi le agarré por el cuello y tras tirarlo violentamente al suelo empecé a propinarle puñetazos en la cara, uno tras otro, sin soltarle el pescuezo, aunque los cuatro sicarios se abalanzaran sobre mí pegándome y arañándome. Yo no le solté. Ni cuando varios padres y madres (entre ellas la mía, que se asustó al encontrarme debajo de la montaña de niños que se ostiaban) nos intentaron separar. Yo seguía lanzando patadas y puñetazos sin compasión aun viendo la sangre en su nariz y un ojo hinchado muy feo.

Todo terminó unos días después con una mediación escolar y una pequeña charla. Pero, ¿saben lo mejor? La banda de Jaume se desmontó y nunca más él volvió a ser "el jefe" y alguno de sus pequeños matones con el tiempo se hizo amigo mío y a día de hoy Jaume y yo, aun viéndonos poquísimo, nos apreciamos. Curioso.

Esa historia de mi infancia siempre me provoca dudas. Estoy plenamente convencido que la violencia conlleva irremediablemente a más violencia ("Hævnen", el titulo original del filme significa venganza) así lo demuestra. Y la historia de la humanidad está llena de ejemplos. Como padre y educador no permito que la agresividad se responda del mismo modo.
Aún recuerdo en mis años de universidad un ejercicio de "Clarificación de valores" que el viejo profesor de educación moral nos propuso: encuentran a un viejo desvalido al borde de la muerte que resulta ser el responsable de grandes matanzas en campos de concentración nazis; ¿qué hacemos?, ¿lo llevamos a juicio y destrozamos la vida de su tranquila família que nada conoce o lo dejamos morir en paz? Dilemas morales que se entrelazan con ansias de venganza y en lo más hondo la violencia aunque creamos que es justa.

Estos dilemas aparecen en la vida cotidiana de nuestros pequeños y adolescentes. Ellos responden a menudo desde su cerebro reptiliano, desde su emoción básica. Y nosotros nos espantamos al observar la creciente violencia entre la población adolescente. Sin embargo no nos paramos a pensar del todo en sus motivos, quizás no tan cercanos a nuestra moralidad o tal vez sí aunque con un desfase temporal que no entendemos.


Sea como fuere los adultos nos preocupamos y a menudo nos sentimos impotentes ante situaciones de bullying y agresiones o humillaciones diversas que se dan cada dia en escuelas e institutos sin darnos cuenta que el detonador de todo a menudo no es más que el miedo. Miedo a sentirse rechazado, diferente, apartado, solo, incomprendido, injustamente tratado o vilipendiado. Y ese terror es capaz de crear monstruosidades. Capaz de generar maltrato y prepotencia. Brutalidad y perversión. De todo ello es capaz puesto es lo mismo que funciona en la sociedad adulta: el miedo al fracaso, la ley de la jungla, el poderoso siempre premiado aún a sabiendas de lo injusto de su poder. ¿Estamos los adultos sometidos?, ¿es la violencia juvenil una respuesta o un espejo?

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