Un
sábado lluvioso Matias se sentó frente al computador dispuesto a
escribir un libro. No cualquier libro. Se disponía a relatar la
historia de su vida desvelando sus mayores secretos, miedos y anhelos
con energía y entrega, ilusionado por saberse un experto en el tema,
expectante por saber si sería capaz de atrapar con letras la
velocidad de su pensamiento.
Su
proyecto andaba envuelto en un secretismo absoluto. Ni su mamá ni
ninguno de sus amigos eran conocedores de lo que se llevaba entre
manos. Alguno de sus supuestos amigos de haberlo sabido le habrían
invitado sutilmente o no a abandonar la idea.
Ese
sábado por la mañana había jugado con su equipo de baloncesto el
partido semanal en el patio de la escuela. Para variar consiguieron
la victoria aunque por una escasa diferencia de cinco puntos. Matías,
alero bajito para su edad había conseguido anotar una canasta con
algo de suerte. No estaba acostumbrado a anotar así como tampoco a
jugar más de dos minutos seguidos. Conocedor de su pobre aportación
al conjunto se animaba secretamente en sus largos períodos de
banquillo soñando con su ídolo del Barça emulando mentalmente sus
movimientos en el palau.
Matías
reconocía para sus adentros su escasa dotación para el baloncesto,
aunque pensándolo bien tampoco para el fútbol, ni para el
balonmano, ni la gimnasia, natación, atletismo o tenis. El hecho de
ser un poco regordete no ayudaba a que se desenvolviera
armoniosamente en el terreno deportivo. Aun poniéndole empeño
Matías se sabía patoso para los deportes y eso le dolía en extremo
puesto que su objetivo desde bien chico pasaba por triunfar en alguna
modalidad deportiva, igual que su papá, antiguo campeón de
balonmano.
Pensativo
frente a la pantalla en blanco el niño atinó a empezar por el
título. Algo lógico: " Mi vida hasta hoy; por Matías Pascal".
Subrayado y en negrita. Con letra grande.
Mientras
lo escribía se preguntaba por el número de páginas que debería
rellenar para poder contar con detalle sus casi doce años de vida.
¿Tal vez una por año?, ¿una por mes? ¿O tal vez era mejor no
marcarse ninguna meta longitudinal?
Atacado
por las dudas fue llevando su mente poco a poco hacia el contenido de
su existencia. Por momentos encontraba que realmente no había mucho
que contar: nacer en el seno de una familia normal, asistir a un
colegio público del barrio, sus vacaciones en su Argentina natal,
sus mediocres resultados académicos, sus aburridas actividades
extraescolares, sus pasiones incomprendidas, su silencio interior, su
soledad entre la multitud, su pregunta habitual (¿qué hacemos
aquí?), sus escasos amigos, sus dificultades para ser feliz o su
tristeza absoluta en la escuela. No. Realmente no había demasiado
para contar. O tal vez sí, había mucho, pero Matías no sabía cómo
expresarlo. Quizás por ello decidió darse un descanso y tirarse en
la cama para divagar un rato.
Con
la vista puesta en un punto fijo -casualmente el trenecito que su
querida abuela de Rosario le había regalado el verano anterior- dejó
volar a propósito su imaginación para intentar inspirarse. Luces de
colores, imágenes fijas, en movimiento, voces, música, estrépito y
silencio. En su particular cine interior rememoró escenas de su vida
actual y de su temprana infancia, reconfortándose en algunas y
queriéndose morir en otras, revolcándose en pura felicidad al
evocar a su mamá llevándolo en brazos con cuatro años, emocionado
en el avión que levantaba el vuelo desde Barcelona para cruzar el
océano rumbo al descubrimiento de su familia, anonadado ante el
lloro de su padre al perder el trabajo, inquisitivo en su
conversación con mama para resolver el enigma de Papa Noël, furioso
ante el suspenso injusto en matemáticas, triste ante la burla de
Joan delante de toda la clase, bloqueado ante la risotada de todo el
equipo de básquet tras su penosa intervención en el partido ante el
líder, frustrado ante la humillación pública del profe de
educación física, engañado por sus supuestos amigos en su propia
fiesta de cumpleaños, enterrado tras la burla de toda la clase por
su tartamudeo repentino en la clase de "coneixement del medi",
sojuzgado ante la obligación de lamer el suelo ante todos para
recuperar su mochila, insignificante al ver que su regalo del amigo
invisible era un folio con un dibujo de un niño gordo y feo que
gritaba "soy imbécil", aburrido en el patio de la escuela
al no poder jugar con nadie, cabreado con la risa del entrenador ante
la burla del pívot por su equipación, aterrado por la reacción de
sus amigos tras haber insultado a uno de ellos para defenderse del
ataque a su mamá, apenado al saberse solitario en su clase tras el
experimento de sociograma de su tutora, infeliz al no ser escogido
por nadie para compartir habitación en las colonias, ninguneado al
no ser escuchada su voz para la elección de temas a trabajar en
clase en el segundo trimestre, insonorizado en su lloro desconsolado
a la salida del cole sin nadie que le escuchara, abducido al no
entender nadie su redacción sobre "el mejor día de mi vida",
punzado cuando su mejor amigo le dejó tirado en el encuentro
prometido, desenamorado ante la risa de Isabel (su amada imposible)
junto a los energúmenos de siempre, robado por los compañeros que
pueden degustar tranquilos su bocata favorito de mamá, vilipendiado
mientras contemplaba cómo su carpeta salía volando por la ventana,
indefenso cuando toda la clase mentía sólo para joderlo, dolido por
los brutales golpes "supuestamente en broma" de seis o
siete de sus compañeros mientras "jugaban" con él,
deformado con el puñetazo indemne que Jordi le propinó en la nariz
para reírse de él, borrado al saberse invisible en el esplai,
ignorado en su queja ante el tutor, minado ante su propuesta de
lectura en la clase de català, destrozado tras las bofetadas
bromistas de sus amigos del comedor, represaliado por su defensa de
Irene ante los injustos ataques por su físico del resto de la clase,
acusado injustamente de plagio por su triunfo en el concurso de
cuentos de Sant Jordi, insultado por sus compañeros de manera
gratuita, menospreciado por todos en la entrega de su trabajo de
plástica, atemorizado en su dia a dia.
Matías
cerró los ojos con fuerza. No quería ver más los instantes de su
vida. Casi todo lo que ocurría era una pura mierda. ¿Debía
reproducir en su libro todo aquello?; ¿quién lo leería?, ¿a quién
le importaría?, ¿acaso no se merecía él mismo esa mierda de vida
por ser un gran imbécil?
Se
levantó rápidamente de la cama y se abalanzó en el teclado.
Escribió y escribió. Borró y volvió a escribir. Y así
sucesivamente, una vez tras otra, durante horas y horas. Tanto tiempo
y energía funestamente invertidos que a la hora de cenar seguía con
sólo el título bien escrito en su archivo de word.
Su
mamá le llamó para cenar y Matías suspiró quejosamente
advirtiendo de repente que había perdido la tarde entera sin
escribir ni una frase.
Cenó
apresuradamente, con simulada voracidad. Recobró fuerzas para
revolverse ante su pc y reencontrarse para empezar su biografía:
"Hoy
decidí empezar el libro de mi vida. No sé muy bien ni por dónde
empezar ni qué explicar. Me gusta mucho escribir y siempre que me
pongo las palabras fluyen y se enlazan con facilidad expresando todo
aquello que me propongo. Sin embargo hoy no es así. Quiero relatar
mi vida y no sé cómo hacerlo. He llegado a la conclusión que tal
vez mi historia no merezca ser contada. De hecho no me gusta nada de
lo que vivo cada día. Por eso hoy reniego de ella. Mi biografía
hasta este sábado de enero se resume en una enorme mierda y por ello
quiero que finalice hoy mismo para empezar a partir de mañana
domingo una nueva, una que de aquí unos años sí merezca ser
contada y me alegre y me haga feliz al recordarla. Será entonces
cuando retome este libro. Será entonces cuando a estas líneas
penosas las sucedan unas de alegres y enérgicas".
Acto
seguido guardó su archivo decidido a matar su existencia actual para
ser otro Matías al día siguiente y empezar a acumular vivencias y
materiales útiles para el progreso de su obra futura.