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domingo, 17 de noviembre de 2019

Ecológicamente Incorrecto


Hacía tiempo que deseaba escribir acerca de este tema pese a saber que me van a caer palos por parte de profesores de primaria que trabajan con sus alumnos actitudes ecológicas, ambientalistas y otros tantos.
Y es que sí, que está muy bien que enseñemos a nuestros niños cómo funciona el reciclaje casero y que estos puedan ilustrar a sus ignorantes padres. También es muy pedagógica la avalancha de noticias y detalles que estos últimos años los medios nos regalan a diario con todo lujo de detalles para tener bien claro que existen microplásticos no perceptibles al ojo humano, que las bolsas de plástico en el mundo son una barbaridad, que los envases deben ser reutilizables y que en Barcelona si eres relativamente pobre y tu moto tiene más de doce años puedes ir a pie a partir de enero si no quieres una multa de mil euros. También me encantan los talleres de reciclaje, el día de la bicicleta, las jornadas populares de recogida de basuras en la playa y otras tantas iniciativas.

Todo esto está muy bien. Y si además se habla abiertamente del cambio climático y de la crisis mundial que se avecina pudiendo llegar a ser un apocalipsis muy real y cercano pues una parte importante de la población toma conciencia, se preocupa y empieza a movilizarse. No en vano en nuestro país y en todo el globo los activistas más concienciados son gente muy joven… incluso niños y niñas. Mi propio hijo de ocho años terminó llorando el dia que estuvimos charlando un buen rato sobre este tema al darse cuenta que nuestro planeta está literalmente al borde del colapso y que de no haber un cambio increíble y desmesurado vamos esprintando hacia nuestra propia extinción. Él me dijo que lloró por miedo pero yo creo que también sintió impotencia. Y es esa sensación, la de impotencia, la que más me duele a mí como ser humano. Y es que yo siempre he creído ciegamente en aquello de "actúa localmente para crear cambios globales" pero en este caso creo que las loables acciones individuales y comunitarias a pequeña escala aunque se repliquen a millones no llegarán a apaciguar la hecatombe que se nos avecina  ni en un ridículo diez por ciento.

Podemos reciclar fantásticamente, usar bolsas de tela, controlar el uso de agua, electricidad y tener criterios ecológicos en todas nuestras compras, comprarnos un coche eléctrico y denunciar la deforestación de la Amazonia y aun haciendo todo esto y mucho más la gran mayoría de la humanidad no llegaremos a evitar nuestro fin como especie en un corto período de tiempo. Eso es así y así debemos empezar a decírselo a nuestros niños y jóvenes porque realmente no nos enfrentamos a una crisis climática o ambiental sino a una crisis sistémica, de humanidad. Una crisis derivada de un sistema capitalista obsceno, tan obsceno que aun siendo el culpable de la situación no duda ahora en "jugar al despiste" con la población proponiendo nuevos hábitos de vida y productos "eco" por supuesto más costosos, aunque ya se encarga la maquinaria publicista de adornarlo con valores para que los ilusos consumidores se sientan a gusto y felices. Una nueva oleada lanzada por multinacionales y poderes económicos se dispara por el mundo a toda máquina convenciendo a la humanidad que ese nuevo consumo "alternativo" te hace mejor persona y que ayudas a la sostenibilidad del planeta. Una suerte de nuevos conceptos culturales han empezado a arraigar en todo el mundo haciendo creer a las víctimas del abuso de los recursos que no somos víctimas sino culpables y que por ello estamos moralmente obligados a hacer algo (por supuesto, a consumir algo alternativo que nos proponen como más ecológico y sostenible). Y diría que sí, que estamos obligados moralmente a hacer algo; por supuesto. Pero me van a disculpar si pienso que ese “algo” que tenemos que hacer debe ser radicalmente distinto a consumir más...
Pensemos que los que controlan los medios (y el pensamiento) de la humanidad son los que acaparan las fortunas mundiales acumuladas a base de extorsiones, abusos y expoliaciones necesitando de la extracción insostenible de recursos naturales y de una pobreza mundial mayoritaria que no para de crecer. ¿Qué extraño motivo nos hace creer que estos sujetos y sus corporaciones buscan un bien común para la humanidad si precisamente necesitan a un ser humano empobrecido, alienado y feliz en su burbuja de ecoplástico con programas de televisión a la carta, consolas, moda a la última y smartphones de la leche para seguir creciendo? Dejemos de ser ilusos y de hacerles el juego, por dios o por lo que sea.

Mientras nuestros niños aprenden a reciclar cristal, multinacionales envasadoras aumentan su producción; mientras usamos productos reutilizables una oleada de márketing los promueve mucho más caros  con valores añadidos; mientras hablamos de economía de proximidad empresas chinas nos venden naranjas de Valencia al doble de precio y así hasta el infinito.

Dejemos de ser ilusos y mostremos a nuestros niños que el sistema capitalista está controlado desde unas élites mundiales que no dudan en aniquilar población de Síria o Irak para asegurarse reservas petrolíferas o bien de dar golpes fascistas (estos energúmenos sin ideas y fácilmente manipulables) en cualquier área de América Latina o África. Hoy toca Bolívia con sus reservas de litio pero mañana puede ser Nigeria, Congo o Uruguay… y sí, esa es la crisis, la verdadera crisis. La historia de una humanidad rota que se debate entre la miseria y la supervivencia en su gran mayoría, de un norte abatido los últimos años por el fenómeno proteccionista, racista y violento de la ultraderecha amparada por los medios y financiada desde oscuros rincones y de un sur expoliado sostenido en mínimos de supervivencia para poder siendo útil (y consumista) a las élites. Eso es lo que ocurre mientras seguimos reciclando la basura de casa pensando que salvamos el mundo y ante esa idea sólo siento impotencia y desorientación.

Y sí; seguimos a toda máquina directos a la extinción. De todas las medidas ambientales tomadas o en proyecto casi ninguna ha sido llevada a cabo por las grandes potencias puesto que realmente no son los estados los que gobiernan el mundo sino las élites financieras que mueven los hilos de la política mundial y en un acto de psicopatía extrema han decidido que si sus nietos deben morir así será. Y no hay democracia en todo el globo (salvo algunas como Venezuela o Bolívia que terminan rápidamente en dictadura de izquierdas) que pueda escapar a ello … y me atrevería a decir que las democracias modernas no son garantía ni de autogobierno ni de poder popular actuando como simples decorados ciclópeos en que los estados distraen a la población y les hacen sentir empoderados en sus anuladas vidas.

Por ello, esta noche cuando bajes al container verde con tu hijo para tirar las botellas y recipientes del fin de semana recuérdale que para salvar el mundo deberá hacer mucho más de lo que estamos haciendo sus padres….






viernes, 23 de agosto de 2019

Indefensión ante los medios



Lo que en mi época de estudiante venía a ser una necesidad para disponer de una visión crítica de nuestro entorno social, es decir, poder leer periódicos distintos y a poder ser vislumbrar las semejanzas y similitudes según la línea editorial (y política) alineándose siempre en algunos en concreto como en mi caso eran El País y Avui se ha convertido en los últimos tiempos en algo sencillamente imposible. Y no se trata de disponer de menos información, todo lo contrario. En nuestra época actual dónde la tecnología permite (yo diría que exige) que estemos permanentemente conectados al mundo recibiendo inputs por diversidad de canales ya sean noticias, reseñas, habladurías, memes, hilos interminables de grupos de wathssapp, opiniones que parecen verosímiles, fotos de amigos postizos en Bali y otros tantos nos resulta verdaderamente complicado poder poner orden a tanta información y darle un sentido global. Y es precisamente esa falta de visión global la que nos lleva a mirar, leer y comprender la realidad desde múltiples perspectivas, muchas de ellas –las más- construidas desde los aparatos de poder para bien construirnos un discurso afín a sus intereses o bien desballestar definitivamente nuestra percepción del mundo para poder sólo atisbar lo superfluo e intrascendente.
Si los neuropsicólogos coinciden en la necesidad de esa nueva educación para nuestros niños basada en la selección de contenidos y la construcción coherente de discurso merece que los educadores estemos formados para ello y antes que nada seamos conscientes y críticos con todo lo que nos llega a través de las pantallas y la lectura. Sin embargo una cosa son los métodos educativos a usar (fijémonos en Baumann, Morin o las inteligencias múltiples) y otro distinto los valores con que ayudamos a crear discursos propios en cada niño o niña. Y es esa última cuestión la que más me preocupa ya que cada vez resulta más complicado escapar a la influencia de un pensamiento único controlado por unos aparatos de poder decididos a entrar en la esfera privada y poder inmiscuirse en nuestros propios valores para servir a sus fines.
Recuerdo un trabajo que realicé hace siglos en la facultad. Una frase de un psicólogo americano me impactó hasta hoy: “si no aparece en la televisión, sencillamente no existe”. Obvia pero jodida frase. Se trataba de un libro que analizaba la influencia de la televisión en la educación en los años ochenta. De estar vivo hoy ese autor del que ni recuerdo el nombre escribiría algo así como “aunque aparezca en los medios no tiene porque ser verdaderamente la realidad o existir” … y yo le añadiría algo así como “en la mayoría de los casos todas las noticias van a estar dirigidas o diseñadas para crear discursos afines a los aparatos de poder, incluso las que parezcan críticas o revolucionarias van a ser fagocitadas por los medios para convertirlas en modas, ridiculeces o discursos periféricos sin sentido”.
Y es que el sistema capitalista exacerbado en el que vivimos no nos permite ni nos permitirá nunca más pensar por nosotros mismos ni crear un mundo más justo y con valores humanos. En su lugar se ha creado una corrección política que justifica la desigualdad, el terrorismo económico, la explotación y la injusticia. Y por vez primera en la historia todos aquellos que nos querríamos levantar ante el abuso no disponemos –por ahora- de armas eficaces tal como tuvieron nuestros abuelos y bisabuelos apoyándose en revoluciones o levantándose –porqué no- en armas ante la opresión.
Como educador diría que nos queda la educación. Y no como arma de manipulación sino como sistema de perpetuar una humanidad libre capaz de pensar por sí misma y abrazar valores humanos universales sin tapujos. Y por ello a veces me siento desanimado al ver como los estados manipulan los sistemas educativos a su antojo, como se desmonta progresivamente el estado del bienestar con el beneplácito de millones de votantes, cómo el derecho a la libre expresión cada vez está más en entredicho (estoy seguro que los abusos de la fiscalía española en este sentido conforman una especie de experimento para ver hasta dónde soporta la ciudadanía), cómo se mide a las personas y su éxito por lo que tienen más que por lo que son y tantos otros…
Pero aún así creo que nos sigue quedando la educación. Y no sólo la escolar; también la no formal, la que damos como padres y madres, como ciudadanos. Nos queda la educación, sí. Y ayer mismo al ver las noticias de cómo ardía la Amazonia por televisión junto a mi hijo de ocho años le dije que hacía ya quince días que se quemaba y que informaban ahora. Y ante su “por qué no informaron antes?”, le expliqué que la televisión está controlada por los mismos que ganan dinero con que se desforeste la selva dónde plantarán soja para criar a las vacas transgénicas de las que la élite brasileña es líder mundial y que esas tierras serán robadas a los indios para quedárselas terratenientes que las acabarán de destruir para su beneficio económico. Y así todo.
No sé si mi hijo entendió la explicación pero yo, como adulto más o menos formado, he llegado a esa situación dónde ya creo que cada pequeña noticia, imagen o discurso lanzado por los medios tiene una finalidad ya programada de manipulación y pensamiento único y conscientemente escucho, leo y miro los medios desde una absoluta desconfianza, es más, a menudo desde una profunda irritación y asco. Tal vez mi visión roza lo tóxico o lo paranoico pero sinceramente prefiero convertirme en un conspiranoico antes que en un “ciudadano feliz” en una sociedad como la imaginada por Huxley. Y eso me lleva a pensar entre la dicotomía de si debemos educar amparados en la rebeldía o bien conformados en ayudar a formar ciudadanos felices y plenamente adaptados al sistema. ¿Vosotros qué pensáis?