Lo que en mi época de estudiante venía a
ser una necesidad para disponer de una visión crítica de nuestro entorno
social, es decir, poder leer periódicos distintos y a poder ser vislumbrar las
semejanzas y similitudes según la línea editorial (y política) alineándose
siempre en algunos en concreto como en mi caso eran El País y Avui se ha
convertido en los últimos tiempos en algo sencillamente imposible. Y no se
trata de disponer de menos información, todo lo contrario. En nuestra época
actual dónde la tecnología permite (yo diría que exige) que estemos
permanentemente conectados al mundo recibiendo inputs por diversidad de canales
ya sean noticias, reseñas, habladurías, memes, hilos interminables de grupos de
wathssapp, opiniones que parecen verosímiles, fotos de amigos postizos en Bali
y otros tantos nos resulta verdaderamente complicado poder poner orden a tanta
información y darle un sentido global. Y es precisamente esa falta de
visión global la que nos lleva a mirar, leer y comprender la realidad desde
múltiples perspectivas, muchas de ellas –las más- construidas desde los
aparatos de poder para bien construirnos un discurso afín a sus intereses o
bien desballestar definitivamente nuestra percepción del mundo para poder sólo
atisbar lo superfluo e intrascendente.
Si los neuropsicólogos coinciden en la
necesidad de esa nueva educación para nuestros niños basada en la selección de
contenidos y la construcción coherente de discurso merece que los educadores
estemos formados para ello y antes que nada seamos conscientes y críticos con
todo lo que nos llega a través de las pantallas y la lectura. Sin embargo una
cosa son los métodos educativos a usar (fijémonos en Baumann, Morin o las
inteligencias múltiples) y otro distinto los valores con que ayudamos a crear
discursos propios en cada niño o niña. Y es esa última cuestión la que más me
preocupa ya que cada vez resulta más complicado escapar a la influencia de un
pensamiento único controlado por unos aparatos de poder decididos a entrar en
la esfera privada y poder inmiscuirse en nuestros propios valores para servir a
sus fines.
Recuerdo un trabajo que realicé hace
siglos en la facultad. Una frase de un psicólogo americano me impactó hasta
hoy: “si no aparece en la televisión, sencillamente no existe”. Obvia pero
jodida frase. Se trataba de un libro que analizaba la influencia de la
televisión en la educación en los años ochenta. De estar vivo hoy ese autor del
que ni recuerdo el nombre escribiría algo así como “aunque aparezca en los
medios no tiene porque ser verdaderamente la realidad o existir” … y yo le
añadiría algo así como “en la mayoría de los casos todas las noticias van a
estar dirigidas o diseñadas para crear discursos afines a los aparatos de
poder, incluso las que parezcan críticas o revolucionarias van a ser
fagocitadas por los medios para convertirlas en modas, ridiculeces o discursos
periféricos sin sentido”.
Y es que el sistema capitalista
exacerbado en el que vivimos no nos permite ni nos permitirá nunca más pensar
por nosotros mismos ni crear un mundo más justo y con valores humanos. En su
lugar se ha creado una corrección política que justifica la desigualdad, el terrorismo
económico, la explotación y la injusticia. Y por vez primera en la historia
todos aquellos que nos querríamos levantar ante el abuso no disponemos –por ahora-
de armas eficaces tal como tuvieron nuestros abuelos y bisabuelos apoyándose en
revoluciones o levantándose –porqué no- en armas ante la opresión.
Como educador diría que nos queda la
educación. Y no como arma de manipulación sino como sistema de perpetuar una
humanidad libre capaz de pensar por sí misma y abrazar valores humanos
universales sin tapujos. Y por ello a veces me siento desanimado al ver como
los estados manipulan los sistemas educativos a su antojo, como se desmonta
progresivamente el estado del bienestar con el beneplácito de millones de
votantes, cómo el derecho a la libre expresión cada vez está más en entredicho
(estoy seguro que los abusos de la fiscalía española en este sentido conforman
una especie de experimento para ver hasta dónde soporta la ciudadanía), cómo se
mide a las personas y su éxito por lo que tienen más que por lo que son y
tantos otros…
Pero aún así creo que nos sigue quedando
la educación. Y no sólo la escolar; también la no formal, la que damos como
padres y madres, como ciudadanos. Nos queda la educación, sí. Y ayer mismo al
ver las noticias de cómo ardía la Amazonia por televisión junto a mi hijo de
ocho años le dije que hacía ya quince días que se quemaba y que informaban
ahora. Y ante su “por qué no informaron antes?”, le expliqué que la televisión
está controlada por los mismos que ganan dinero con que se desforeste la selva
dónde plantarán soja para criar a las vacas transgénicas de las que la élite
brasileña es líder mundial y que esas tierras serán robadas a los indios para
quedárselas terratenientes que las acabarán de destruir para su beneficio
económico. Y así todo.
No sé si mi hijo entendió la explicación
pero yo, como adulto más o menos formado, he llegado a esa situación dónde ya
creo que cada pequeña noticia, imagen o discurso lanzado por los medios tiene
una finalidad ya programada de manipulación y pensamiento único y
conscientemente escucho, leo y miro los medios desde una absoluta desconfianza,
es más, a menudo desde una profunda irritación y asco. Tal vez mi visión roza
lo tóxico o lo paranoico pero sinceramente prefiero convertirme en un
conspiranoico antes que en un “ciudadano feliz” en una sociedad como la
imaginada por Huxley. Y eso me lleva a pensar entre la dicotomía de si debemos
educar amparados en la rebeldía o bien conformados en ayudar a formar
ciudadanos felices y plenamente adaptados al sistema. ¿Vosotros qué pensáis?
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