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viernes, 23 de agosto de 2019

Indefensión ante los medios



Lo que en mi época de estudiante venía a ser una necesidad para disponer de una visión crítica de nuestro entorno social, es decir, poder leer periódicos distintos y a poder ser vislumbrar las semejanzas y similitudes según la línea editorial (y política) alineándose siempre en algunos en concreto como en mi caso eran El País y Avui se ha convertido en los últimos tiempos en algo sencillamente imposible. Y no se trata de disponer de menos información, todo lo contrario. En nuestra época actual dónde la tecnología permite (yo diría que exige) que estemos permanentemente conectados al mundo recibiendo inputs por diversidad de canales ya sean noticias, reseñas, habladurías, memes, hilos interminables de grupos de wathssapp, opiniones que parecen verosímiles, fotos de amigos postizos en Bali y otros tantos nos resulta verdaderamente complicado poder poner orden a tanta información y darle un sentido global. Y es precisamente esa falta de visión global la que nos lleva a mirar, leer y comprender la realidad desde múltiples perspectivas, muchas de ellas –las más- construidas desde los aparatos de poder para bien construirnos un discurso afín a sus intereses o bien desballestar definitivamente nuestra percepción del mundo para poder sólo atisbar lo superfluo e intrascendente.
Si los neuropsicólogos coinciden en la necesidad de esa nueva educación para nuestros niños basada en la selección de contenidos y la construcción coherente de discurso merece que los educadores estemos formados para ello y antes que nada seamos conscientes y críticos con todo lo que nos llega a través de las pantallas y la lectura. Sin embargo una cosa son los métodos educativos a usar (fijémonos en Baumann, Morin o las inteligencias múltiples) y otro distinto los valores con que ayudamos a crear discursos propios en cada niño o niña. Y es esa última cuestión la que más me preocupa ya que cada vez resulta más complicado escapar a la influencia de un pensamiento único controlado por unos aparatos de poder decididos a entrar en la esfera privada y poder inmiscuirse en nuestros propios valores para servir a sus fines.
Recuerdo un trabajo que realicé hace siglos en la facultad. Una frase de un psicólogo americano me impactó hasta hoy: “si no aparece en la televisión, sencillamente no existe”. Obvia pero jodida frase. Se trataba de un libro que analizaba la influencia de la televisión en la educación en los años ochenta. De estar vivo hoy ese autor del que ni recuerdo el nombre escribiría algo así como “aunque aparezca en los medios no tiene porque ser verdaderamente la realidad o existir” … y yo le añadiría algo así como “en la mayoría de los casos todas las noticias van a estar dirigidas o diseñadas para crear discursos afines a los aparatos de poder, incluso las que parezcan críticas o revolucionarias van a ser fagocitadas por los medios para convertirlas en modas, ridiculeces o discursos periféricos sin sentido”.
Y es que el sistema capitalista exacerbado en el que vivimos no nos permite ni nos permitirá nunca más pensar por nosotros mismos ni crear un mundo más justo y con valores humanos. En su lugar se ha creado una corrección política que justifica la desigualdad, el terrorismo económico, la explotación y la injusticia. Y por vez primera en la historia todos aquellos que nos querríamos levantar ante el abuso no disponemos –por ahora- de armas eficaces tal como tuvieron nuestros abuelos y bisabuelos apoyándose en revoluciones o levantándose –porqué no- en armas ante la opresión.
Como educador diría que nos queda la educación. Y no como arma de manipulación sino como sistema de perpetuar una humanidad libre capaz de pensar por sí misma y abrazar valores humanos universales sin tapujos. Y por ello a veces me siento desanimado al ver como los estados manipulan los sistemas educativos a su antojo, como se desmonta progresivamente el estado del bienestar con el beneplácito de millones de votantes, cómo el derecho a la libre expresión cada vez está más en entredicho (estoy seguro que los abusos de la fiscalía española en este sentido conforman una especie de experimento para ver hasta dónde soporta la ciudadanía), cómo se mide a las personas y su éxito por lo que tienen más que por lo que son y tantos otros…
Pero aún así creo que nos sigue quedando la educación. Y no sólo la escolar; también la no formal, la que damos como padres y madres, como ciudadanos. Nos queda la educación, sí. Y ayer mismo al ver las noticias de cómo ardía la Amazonia por televisión junto a mi hijo de ocho años le dije que hacía ya quince días que se quemaba y que informaban ahora. Y ante su “por qué no informaron antes?”, le expliqué que la televisión está controlada por los mismos que ganan dinero con que se desforeste la selva dónde plantarán soja para criar a las vacas transgénicas de las que la élite brasileña es líder mundial y que esas tierras serán robadas a los indios para quedárselas terratenientes que las acabarán de destruir para su beneficio económico. Y así todo.
No sé si mi hijo entendió la explicación pero yo, como adulto más o menos formado, he llegado a esa situación dónde ya creo que cada pequeña noticia, imagen o discurso lanzado por los medios tiene una finalidad ya programada de manipulación y pensamiento único y conscientemente escucho, leo y miro los medios desde una absoluta desconfianza, es más, a menudo desde una profunda irritación y asco. Tal vez mi visión roza lo tóxico o lo paranoico pero sinceramente prefiero convertirme en un conspiranoico antes que en un “ciudadano feliz” en una sociedad como la imaginada por Huxley. Y eso me lleva a pensar entre la dicotomía de si debemos educar amparados en la rebeldía o bien conformados en ayudar a formar ciudadanos felices y plenamente adaptados al sistema. ¿Vosotros qué pensáis?

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