A menudo
se educa a los hijos desde el convencimiento que el inconformismo ayuda a
desarrollar las capacidades de autosuperación y tal vez sea así en algun grado
aunque no hay que ser muy espavilado para comprobar (y si no prueben a observar
el comportamiento de muchos padres que acuden a ver a sus hijos a actividades
deportivas) que a menudo se funde con la competitividad. Así pues, muchos niños
son educados en el convencimiento que el inconformismo equivale a la
competitividad. Nada más fácil: ¿cómo comprueba uno su mejora personal ? Pues
en la comparación con los iguales. En el equipararse con los demás. Y ahí
llegamos a la base de nuestra sociedad: "yo soy lo que tengo"... y
¿cómo se lo que tengo?... pues cotejándome con mis allegados. Sólo si tengo más
que tú voy a ser algo. Sólo si lo hago mejor o más rápido que tú voy a ser
alguien. Sólo si soy mejor en algo me voy a sentir bien. Superior.
Y ahí
estamos. Sentirnos inconformistas significa sentirnos inferiores a otros a los
que queremos alcanzar o superar. Aunque no siempre es así. Hay un tipo de
inconformismo que tiene que ver con la auténtica superación personal, con
aquello de querer ser mejor cada día por el simple hecho de ser mejor persona,
más hábil. Un tipo de inconformismo que no se centra en compararse con los
demás exclusivamente sino en marcarse retos personales y obtener el placer de
recorrer el camino para llegar hasta la meta, aunque todos sabemos que al
llegar a la misma esta se desplaza inmediatamente unos metros más allá y no
saboreamos el placer de la llegada tanto en la realidad como en el pensamiento
previo y después en el recuerdo del éxito.
Con los
niños pasa igual. Si los educamos en un inconformismo exacerbado corremos el
riesgo que se sientan eternamente frustrados en una época en que la inmediatez
recorre sus venas. Si en cambio les enseñamos a marcarse metas realistas y
disfrutar del proceso de esfuerzo, tenacidad y aprendizaje ayudándoles a
compararse con ellos mismos y no siempre con los demás les estaremos enseñando
a mejorar como personas, a disfrutar del esfuerzo y a autorecompensarse sin
tener que recurrir siempre a la influencia externa.
Deberemos
ayudarles a descubrir su motivación intrínseca, fijar un objetivo claro,
reconocible y alcanzable, promover las acciones necesarias, entrenamiento y
pasos para la mejora, acompañarlos en el proceso y hacerlos conscientes de que
el desánimo, los impedimentos y las frustraciones son estadios intermedios
hacia el éxito así como fuente de aprendizaje y mejora. Deberemos también
educarlos en la fortaleza y en el convencimiento de sus propias capacidades
para que se den cuenta de que una vez logrado un objetivo se pueden marcar otro
y luchar por él. A la vez , como adultos responsables, deberemos convertirnos
en figuras de referencia dónde los niños puedan verse reflejados y imitar
actitudes y sentimientos. ¿Cómo vamos a educarlos en la superación si nosotros
no nos atrevemos a marcarnos nuevas metas y a compartirlas con ellos? .... Y
para el que ahora mismo piensa que esas metas son muy complicadas le contestaré
que la nueva meta personal que compartí con mi hijo fue la de elaborar una
pizza casera más sabrosa que la anterior. ¿Y saben? Lo conseguí! Y lo
celebramos juntos!