Domingo ocho
de octubre, pasados unos minutos de la medianoche. A estas horas hace una
semana aguardaba con emoción una jornada que se presumía histórica. Por fin iba
a poder votar y decidir la vinculación de mi nación con el estado español. Al
igual que yo, millones de catalanes esperábamos emocionados ese momento.
La
movilización ciudadana comenzó el viernes donde miles de catalanes ocupamos
los colegios electorales para que la policía no los cerrara. Desde el mismo
viernes nos organizamos en la escuela de mi hijo con un grupo de madres y
padres (sí, diré que las chicas han movilizado mucho más que los hombres)
preparando todo tipo de actividades lúdicas que sirvieran como excusa ante las
insistentes visitas de los mossos d'esquadra. Papás y vecinos atrincherados en
la escuela con el apoyo logístico de centenares de otros vecinos que se
acercaban a repartir alimentos y otros enseres, con decenas de voluntarios
preparando actividades, con la solidaridad y la colaboración de un barrio
decidido a proteger la democracia. La noche del sábado fue especialmente tensa puesto
que nadie sabía qué iba a ocurrir. ¿Cómo iban a llegar las urnas y papeletas?;
¿la policía española iba a presentarse y a desalojarnos a la fuerza?.
Centenares de personas fueron apareciendo desde las cinco de la mañana a las
puertas de todos los colegios de Catalunya dispuestos a hacer un tapón humano
ante las puertas de las escuelas para que la policía no pudiera robarnos el
derecho a votar. Recuerdo el cansancio acumulado, la tensión y también el miedo
cuando junto a centenares de vecinos estábamos apostados ante las puertas del
colegio mirando aturdidos en los móviles las primeras cargas brutales de la
policía. Justo tres calles más arriba la policía nacional había atacado a la
gente que protegía el lugar de votación junto al mercado del Guinardó. Reconocí
en las imágenes a un vecino con la cabeza abierta tirado por el suelo. Hicimos un escudo humano apartando a la gente
mayor escuchando las sirenas de las lecheras. Estaban en la calle de arriba.
Cada vez venían más vecinos corriendo para meterse en el escudo junto a
nosotros. Seguíamos recibiendo imágenes preocupantes; esta vez en la escuela
Ramon Llull, unas calles más abajo dónde ya había decenas de heridos. Aun así
todo el mundo daba consignas pacíficas: levantar las manos, sentarnos en el
suelo y agarrarnos unos a otros con fuerza. En mi vida había vivido momentos de
tensión en la calle como estos. Estaba convencido que en pocos minutos vendrían
a aporrearnos violentamente. Estaba convencido también que mi deber era
quedarme allí, quieto y resistir ya no en nombre de la independencia sino en el
de la libertad. Tras unos minutos de caos finalmente pasaron unas diez o doce
furgonetas a toda leche por el Paseo Maragall sin hacer parada ante nosotros.
Respiramos un poco y iniciamos las votaciones con muchos problemas debido a los
ataques informáticos que España realizaba continuamente a la red de la
Generalitat. Aun así, más tarde voté con orgullo. Y defendí mi escuela junto a
ya miles de personas hasta las nueve de la noche, preparados todos ante la
venida de las fuerzas de ocupación españolas enloquecidas a la caza de urnas y votos, orgulloso de mis
vecinos, de mi barrio, de las decenas de bomberos que vinieron a ayudarnos, de
los centenares de abuelos que vinieron a votar y a los que hacíamos un pasadizo
para que lo hicieran, aplaudiendo, emocionados, llorando y devolviendo el
aplauso.
Esa mañana a
las seis entraron las urnas y las papeletas en el colegio. Fue un momento
tenso, con todo el mundo en silencio haciendo un pasadizo para que seis
personas a todo correr sacaran las cajas de una furgoneta y las introdujeran a
todo correr en el colegio. Voy a recordar ese instante toda mi vida puesto que
me sentí un terrorista ayudando a introducir bombas en algún lugar, cometiendo
un acto delictivo, sedicioso, de rebelión o como le llamen… en el fondo sentí
una gran tristeza. Nunca llegué a pensar que presenciaría algo similar. Y
precisamente esto, los sentimientos y las emociones es algo que jamás va a
borrarse de mi mente. Por ello escribo estas líneas una semana después de los
hechos, recompuesto, crítico pero más tranquilo. Y es que al igual que todos
mis vecinos aquél fin de semana sentí hasta el agotamiento toda la gama de
emociones posibles: rabia y verdadero odio (por fin entendí a mis cuarenta y
cinco cómo empiezan las guerras), orgullo al ver cómo la ciudadanía respondía
pacíficamente, ayudaba a la gente, se comprometía con algo, tristeza al ver la
incomprensión de mucha gente de España, firmeza ante la expectativa de un
ataque violento, miedo ante lo mismo, alegría al ver las lágrimas de ciudadanos
votando, solidaridad para con mis compañeros ayudándonos y animándonos durante
todo un fin de semana, vergüenza al ver la reacción de algunos políticos
catalanes (léase psc i pp), felicidad al concluir la jornada, sorpresa ante lo
inesperado de los acontecimientos. Una amalgama de emociones que me dejaron
descompuesto y agotado. Y al igual que yo, centenares de miles de catalanes.
Lejos de
querer escribir un panfleto político sólo pretendo describir mis sensaciones y
sentimientos para que me podáis entender. Creo que poder compartir es sano y
saludable. Antes que catalán soy persona, padre, educador y pedagogo, justo en
ese orden. Y ciertamente comparto este escrito para que me podáis ayudar a dar
respuesta a las preguntas de mi hijo a lo largo de la semana. Y es que cuando
tienes un hijo de seis años que está viendo la agitación en la calle y en la
familia y se interesa por lo que ocurre debes darle respuesta.
Ante las
acusaciones de muchos organismos españoles sobre cómo los catalanes
adoctrinamos a nuestros niños no voy a dar respuesta ahora; ante todo porque no
merece respuesta y en segundo término porque sería adentrarnos en las cloacas
en las que ellos se mueven. Pero sí que me gustaría compartir las
conversaciones con mi pequeño, repletas de dudas y cuestionamientos.
En primer
lugar no voy a obviar el mensaje que yo le di: "mira hijo; el pueblo de
Catalunya quiere votar (el concepto de voto lo tiene claro) si queremos ser
españoles o crear un nuevo país pero España ha dicho que no podemos hacerlo y
que lo va a impedir a la fuerza; por
ello papá se queda en la escuela, para proteger los votos y asegurar que la
gente `pueda votar". Ante sus inquietudes sobre lo que la policía española
iba a hacer le comenté que no lo sabía pero que era posible que nos sacaran a
la fuerza puesto que para ellos esta votación estaba prohibida a lo que me
respondió "¿pero cómo van a querer prohibir que la gente vote?, en mi
clase cada año decidimos cómo vamos a llamarnos y el proyecto a
investigar…"
Tras ver las
imágenes de violencia mi hijo me comentó que si él fuera adulto iba a
reaccionar violentamente ante la policía española. Por ello dediqué varios días
de esta semana a comentar con él que la violencia no soluciona nada y que sólo
genera más desastres y que la mejor vía es la resistencia pacífica y el
diálogo. Le recordé que una cosa son los políticos y la policía y otra las
personas y le conminé a reforzar el amor incondicional que siente por nuestros
familiares de Teruel a los que ciertamente adora y que son y se sienten
españoles. Aun así debo hacer un pequeño paréntesis lleno de tristeza puesto
que nadie me ha llamado o me ha mandado
un triste mensaje desde Teruel para saber si estamos bien… lo digo con una
tristeza extrema puesto que yo amo a mi familia aragonesa con todo mi corazón.
Dicho esto, el
resto de la semana seguí hablando con mi hijo sobre el amor a las personas y
lugares, en este caso de España, que nada tenían que ver con el odio generado
desde los medios de comunicación o los políticos al servicio de la casta
española.
Finalmente
creo que Oriol, mi pequeño, ha podido entender los conceptos básicos: que las
personas debemos amarnos, que algunos no quieren dialogar y prefieren la
violencia y que hay que aislarlos, que la libertad debe defenderse a toda
costa, que la solidaridad de los vecinos y la comunidad es un valor a proteger,
que los enemigos no son las personas sino los cuatro que manipulan y que
quieren preservar sus intereses y que en el fondo los adultos muy a menudo
actuamos de manera descerebrada ….
Sin embargo
debo reconocer y lo hago públicamente, algunos errores míos esta última semana.
Confieso: he insultado delante de mi hijo al presidente Rajoy y algunos otros
psicópatas de su gobierno, he proferido maldiciones contra las fuerzas de
ocupación españolas y en algún momento he llegado a decir ante mi hijo que se
trata de malas personas sin corazón ni cerebro. Dejando a un lado que realmente
creo que es así en muchos casos (no en todos) me siento culpable por ello y se
me deshace el alma cuando escucho de su boca decir que "la policía
española sólo quiere hacernos daño". La he cagado en esto y voy a intentar
solucionarlo para que Oriol no sea un adoctrinado de mi tesis que la mayoría de
españoles odia a mi pueblo. No voy a nombrarle esto. Lo juro. Porque no sería
saludable ni ético. Que él llegue a sus propias conclusiones cuando sea mayor.
Sin embargo sí que le voy a decir la verdad: que las fuerzas de seguridad nos
han atacado por querer votar y que no lo veo justo ni moral aunque cumplieran
órdenes.
Me doy por
satisfecho con que mi hijo entienda esto y siga pensando que las personas
catalanas, españolas o japonesas son, en general, gentes de bien con las que
vale la pena convivir, disfrutar y amar.
He podido
librar a mi hijo de mis convencimientos catalanistas y de mi odio (sí, lo
reconozco) a los aparatos del estado español. Y sí, lo haré público en un bloc
de educación. Lo siento. Pero es así. Siento odio por el aparato estatal
español, herencia directa del franquismo, herencia directa del caciquismo
español de siempre, aristocrático, monárquico, centralista, herencia directa de
una sociedad (la castellana) orientada y anclada en valores conservadores,
feudales, herencia directa del fracaso de una estructura social anticuada,
rancia, sojuzgada y apaleada, con miedo a mostrarse, con alergia a la libertad
y con un letargo de trescientos años en los que se la ha adoctrinado en un
nacionalismo español sin sentido para la sociedad pero con mucha utilidad para
los amos de todo, esos que se abrazan al Opus, que viven en los barrios altos
de Madrid, que iniciaron la guerra, que disponen de todos los recursos y ven a
la ciudadanía como meros vasallos a su servicio, que se valen de medios de
comunicación y políticos para seguir en la élite y que ahora mismo están
empezando a cagarse de miedo porque están viendo que varios millones de
personas se levantan contra ellos.
Y amigos, de
eso va la educación; de ayudarnos a progresar y ser libres. Y sí; yo soy
educador social y pedagogo. Amo la libertad. Odio la tiranía. Y en eso estamos.
Y en días como los actuales recuerdo a uno de mis referentes educativos de
siempre, el gran pedagogo catalán Ferrer i Guardia, fusilado por el estado
español por propugnar una educación libertaria. Y me doy cuenta que además de
trabajar por la paz y la concordia, los profesionales de la educación también
debemos mojarnos y si cabe denunciar, salir a la calle, comprometernos o correr
ante la policía para matar; sí, matar, al fascismo que resurge ante las
amenazas de libertad. Amigos educadores, eduquemos en la libertad y la
justicia. Eduquemos en el respeto, el diálogo y la participación. Somos
educadores … pero somos seres políticos, no lo olvidemos nunca. Por la
libertad!