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domingo, 22 de enero de 2017
Inconformista
sábado, 24 de septiembre de 2016
Nuestro peque de cinco años
Cuando te das cuenta que tu hijo de cinco años te hace preguntas incómodas, te saca a relucir incoherencias, no te hace caso repetidamente en algunos aspectos y admiras con cara de anonadado la hermosa carita de bebito que tenía hace sólo un par de años ya estás entrando, como yo, en la nueva fase de la paternidad/maternidad infantil. Enhorabuena! Abrazos y felicitaciones! Tenemos ahora algo así como unos seis años más antes del próximo (y espeluznante para algunos) gran cambio de ciclo como padres.
Pues sí. De repente nuestro pequeño de cinco años nos pone en tela de juicio algunos conceptos. O nos pregunta cosas como "papá, no estaría bien que las personas tuviéramos un cuerpo de recambio…por si a caso?" o "papá… he estado pensando… cómo sabemos que no vivimos en un video juego y que alguien desde fuera nos está manejando" (glups!! Y sin ver todavía "Matrix") o "qué te parece si este fin de semana viajamos al Brasil?"....
Dejando a un lado los estadios de Piaget o Vygotsky los papás de niños de cinco años entendemos claramente que nuestros hijos nos necesitan de manera distinta. Ya no les hace falta ese control espectacular en el parque ni el agobio de la cucharita en la comida. Ahora muchas problemáticas son resueltas con el lenguaje: "puedes jugar tranquilo pero en un lugar dónde te pueda ver", "cómo?, que no vas a cenar las espinacas?... Muy bien, déjalas... Pero mañana por la mañana te espera el plato que dejes...".
Entramos pues, en esta bendita fase en que el lenguaje oral nos ayuda a dar instrucciones, a anticipar respuestas, a explicar reglas, a preguntar y escuchar atentamente, a bromear y a empezar con chistes, ironías (sólo para algunos avanzados), compromisos y promesas difícilmente realizables. Entramos también en un momento superior del lenguaje no verbal donde comprobamos a diario las expresiones de nuestro peque a la vez que él entiende rápidamente nuestros gestos, momentos de alegría, agobio o cabreo supino sin mediar palabra.
Un nuevo mundo de posibilidades se nos presenta ahora. Descubrimientos espectaculares, exploraciones, experimentos, razonamientos abstractos advenedizos, emociones para gestionar, valores aplicados en conductas concretas y explicados por ellos mismos. Se trata de una fase increíblemente rica aunque lógicamente agotadora, extenuante por momentos. Aún así, nuestro mejor premio pasa por comprobar sus momentos de felicidad, su libertad de movimiento y ansias de autonomía, la libre expresión de emociones (con la que delicadamente debemos orientarles sin coartarles), sus aprendizajes cotidianos y su autocontrol en algunos límites (autodisciplina) que ya hemos conseguido instaurar con éxito en una primera fase básica.
Creo importante destacar en este momento evolutivo estos dos conceptos: gestión emocional y autodisciplina.
Ambos se entrelazan en todo momento y se retroalimentan. Sin duda las familias debemos esforzarnos en reforzarlos de cara a que nuestro pequeño aprenda a saber lo que le ocurre y como se siente en todo momento a la vez que dispone de la voluntad suficiente para llevar a cabo sus propósitos.
La gestión emocional empieza por el simple hecho de conocer las emociones que invaden en todo momento al pequeño. Se trata de algo en teoría fácil y asequible aunque debemos tener en cuenta que la mayoría de adultos no hemos estado familiarizados ni formados en nuestra educación en este sentido y a menudo somos analfabetos en este ámbito. Sin entrar a valorar con mayor profundidad simplemente destacaremos que con cinco años un niño o niña debe ser capaz de verbalizar su estado de ánimo teniendo el vocabulario suficiente (triste, feliz, animado, aburrido, emocionado, enfadado, alegre, sorprendido...) a la vez que sabe distinguir físicamente (dónde y cómo siente la rabia, por ejemplo) y mentalmente (qué pensamientos le invaden en cada uno de los diferentes estados). El hecho de ejercitar conversaciones en este sentido es el mejor entrenamiento para aumentar la capacidad de comprender las propias emociones, hecho básico para después intentar gestionarlas. Diálogos cotidianos con preguntas como "qué sientes ahora?", "en qué parte del cuerpo sientes calor ahora?", "te has mirado al espejo cuando estás enfadado?, qué ocurre?", son de gran utilidad; también es muy recomendable leer libros relativos a emociones (en el mercado hay muchos, un buen comienzo puede ser "el monstre de colors") así como aprovechar momentos cotidianos ante el televisor o por la calle para adivinar estados de ánimo de otras personas o símplemente compartir con nuestros hijos como nos sentimos nosotros mismos y qué nos ocurre.
Tarea también necesaria aunque ardua es la relacionada con la autodisciplina. Recomiendo en este sentido poder leer alguno de los libros de Jose Antonio Marina, pedagogo que hace especial énfasis en remarcar que el objetivo de la educación es hacernos libres pero en un marco de autocontrol, autodisciplina y fuerza de voluntad para elegir nuestros propios caminos con criterio. Así pues trabajar este ámbito con nuestros peques de cinco años tiene mucho que ver con los límites claros y previsibles, con las consecuencias por encima del castigo, por nuestra empatía con sus sentimientos, con los premios, con los retos que les planteamos, con la positividad y nuestra confianza en ellos.
Un elemento clave toma fuerza a los 5 años: "inténtalo de nuevo". Esa expresión resume la actitud con la que debemos ayudar a nuestro peque a enfrentar las dudas, los miedos y los fracasos. Nada hay más reforzante para un niño que conseguir finalmente montar ese puzle gigante que parecía imposible....
Sin duda un niño o adolescente con fuerte autodisciplina será capaz de retarse a sí mismo con gran confianza, de marcarse objetivos importantes y de sentir una plena autoconfianza.
Los actos cotidianos de nuestros hijos son los espacios privilegiados de los que disponemos para observarlos, interactuar con ellos, descubrir sus potencialidades, sus dificultades, anhelos y retos. La hora del baño, ayudando a poner la mesa, de camino a casa, viendo la televisión... Cualquier momento del día es excelente para recordarnos que somos padres y que nuestra mayor tarea es amar a nuestro hijo ... Qué mejor manera de amarlo que ayudarlo a que se comprenda a sí mismo así como que se sienta seguro de sí mismo y sepa enfrentar nuevos retos con confianza y fuerza de voluntad??
Pero, atención papás y mamás!! Sólo una última reflexión. Recordad que el mejor modelo educativo es el ejemplo... Vuestro hijo observa atentamente todo lo que hacéis y decís: cómo andamos nosotros de gestión emocional y de autodisciplina?? ... Tal vez mejor empecemos por ahí.
viernes, 26 de febrero de 2016
Hævnen (En un mundo mejor)
domingo, 7 de febrero de 2016
+ Humans
domingo, 29 de noviembre de 2015
White saturday
sábado, 14 de noviembre de 2015
Llibertat? igualtat? fraternitat?
martes, 10 de noviembre de 2015
Aprender a fluir
Durante un entrañable fin de semana en casa de mis amigos Ferran y Carol asistimos con mi hijo Oriol de tres años a una feria navideña infantil que se había instalado en el pueblo. En ella encontramos varios hinchables gigantes, talleres de manualidades, maquillage y también una pista infantil para bicicletas y patinetes organizada a modo de circuito. Mi hijo Oriol, como buen loco por todo aquello que tenga ruedas se agarró una bicicleta y más tarde un patinete y ya no los soltó en toda la tarde. A mí no me quedó más remedio que quedarme en pie esperando observando el ir y venir incesannte del niño mostrándole ánimos tras alguna de sus aparatosas caídas. El niño daba vueltas y más vueltas por el circuito, aprendiéndose de memoria las diversas curvas, controlando mejor a cada paso por meta los derrapes con la rueda de atrás en el suelo encerado, aumentando paulatinamente su velocidad con el paso de los minutos, esquivando cada vez con mayor habilidad a los demás niños, proponiéndose atrapar a los chavales mayores que le llevaban ventaja y disfrutando al observar que efectivamente les reducía la distancia a cada vuelta. Concentrado. Feliz. Para él no había nada más en ese instante que el puro disfrute del momento, el goce increíble de marcarse pequeños retos y de mejorar sus movimientos, cada vez con mayor destreza y tino, en cada curva con una nueva expectativa de pedalear más rápido y de derrapar mejor, disfrutando.
Perdí la noción del tiempo mirando a mi hijo y captando ese estado de ánimo concentrado y feliz. Sus ojos resplandecían de felicidad cuando adelantaba a otro niño y su expresión denotaba seguridad, temple y absoluta concentración. Fue entonces cuando recordé la antigua lectura de un libro muy importante en mi vida: "Fluir (Flow). Una psicologia de la felicidad" de Mihaly Csikszentmihalyi . Y pensé en ese autor puesto que su tesis principal sobre la búsqueda de la felicidad tenía que ver precisamente con ese estado de ánimo: fluir.
Fluir; hoy tal vez una palabra bastante en boga aunque desconocida en la época en que el autor escribió su obra. La felicidad como un estado subjetivo, cómo no, aunque ligado a una actividad humana concreta, a algo en lo que disfrutamos ya sea por puro placer cómo por reto personal.
En su libro aparecen ejemplos de personas de todas las culturas y edades. Ellas se mostraban felices a partir de actividades cotidianas que se convirtieron en eje central de sus vidas: la viejita que cortaba leña en un pueblo perdido de los Alpes y que vivía sumida en lo que a nuestros ojos podría parecer la pobreza, el joven nadador que sacrificaba su adolescencia por rebajar cada mes unas centésimas en su marca, el padre de família que ayudaba a hacer los deberes a su hija a diario, el quiosquero que comentaba las notícias cada mañana con sus vecinos... Cada persona dispone de sus objetivos diarios, de sus retos personales, de sus ambiciones cotidianas como quiere y en ellas puede encontrarse y sentirse plena, dichosa, concentrada. Feliz.
Casi todo el mundo denosta el trabajo; pero quién no ha sentido alguna vez en su vida un goce intenso al sentirse realizado con su tarea, plenamente concentrado en algún proyecto o idea, desarrollando una pequeña innovación, cumpliendo mejor su cometido o concentrándose absolutamente en algo? Y sin hablar del trabajo, quién no se ha sentido feliz absorbiéndose en su hobby, en algún deporte o símplemente mejorando en labores domésticas? Y es que hay dos conceptos que están muy próximos a "fluir": la concentración y el reto personal. Ambos funcionan a la par y cuando fluímos somos capaces de olvidar todas nuestras preocupaciones para centrarnos en una única tarea que nos absorbe y que nos plantea la mejora contínua, el reto de perfeccionar cada movimiento, de ir más rápido, de llegar más lejos, de hacerlo mejor o de sentir con mayor intensidad.
Los niños son especialmente sensibles a estos estados. Sólo debemos observar a pequeños de tres o cuatro años para apreciar como se esfuerzan en mejorar el trazo del dibujo, en perfeccionar su equilibrio en el patinete, su velocidad en ejecutar tareas diversas. Los adultos a menudo no somos conscientes del intenso placer que sienten nuestros hijos con estos esfuerzos. Los pequeños retos inconscientes que ellos se marcan así como el intenso estado de concentración en el que entran los hacen entrar en un plano distinto en el que no existe nada más que la actividad que realizan en ese momento. Recuerden por unos instantes la determinación innata de los bebés aprendiendo a dar sus primeros pasos, inmunes a las caídas y al desánimo, felices por andar unos centímetros más lejos cada vez.
La cultura y la educación recibida han castrado a los adultos impidiendo la continuidad de esas sensaciones infantiles. Nosotros nos movemos en otro plano, más atentos "al qué dirán", incapaces de aislarnos con nosotros mismos centrándonos en una sóla tarea mental, frustrados permanentemente por no sentir durante todo el tiempo esa sensación de felicidad que tanto ansiamos, aquejados a diario por millones de motivos de preocupación y miedo, atascados en egoísmos y envidias con nuestros allegados, temerosos del futuro y invidentes ante el presente.
Esta gran capacidad perdida la mantienen pocos adultos ajenos a la idea que en ello reside la felicidad, ese estado subjetivo que los amos del mundo pretenden vendernos por la vía consumista.
Como padre y educador reivindico el esfuerzo que debemos hacer para observar a los niños re-aprendiendo de ellos por un lado y animándolos por otro para retrasar la inevitable castración que la cultura dominante va a ejercer sobre ellos con el tiempo.
Hoy mismo estuve observando a mi hijo, ya con cuatro años, en el parque infantil: recorrió como veinte veces seguidas el mismo recorrido de obstáculos, saltando por entre la cuerdas, trepando por las maderas y resbalando por el poste de hierro; cada vez lo hacía con mayor desempeño hasta llegar a dominar perfectamente todo el castillo infantil sintiéndose más rápido, ágil y pleno. El golpe en la cabeza al caerse desde el poste no le hizo cesar en su empeño, animado por mí restando importancia al dolor del accidente y poco a poco consiguió subir hasta el límite de la construcción infantil, lugar al que nunca antes había llegado. Una vez encaramado arriba me miró con rostro de satisfacción y me mostró el pulgar hacia arriba describiendo su satisfacción personal y su estado de ánimo pleno. Estos instantes de mi paternidad resultan ser gigantes, extremos y dichosos. Comprobar que tu hijo disfruta con un esfuerzo y consigue su humilde objetivo se convierte en un ejemplo básico de lo que debe ser su proceso educativo: un reto permanente, la búsqueda del placer en el esfuerzo cotidiano, el inconformismo desde una visión subjetiva, la mejora basada en la atención plena en una actividad.
Hoy mismo me he propuesto releer al autor de "Fluir" (qué complicación escribir su apellido) para recordar que la paternidad y la educación deben basarse en el placer de aprender centrados en la adquisición de las habilidades de concentración y en la idea del reto cotidiano. Dicho de otro modo: animamos a nuestros hijos en sus quehaceres cotidianos por muy inservibles que nos parezcan a nosotros?; permitimos que se tomen el tiempo necesario para concentrarse en una sola tarea durante mucho tiempo en una era en la que la multiplicidad de estímulos no nos permite a los adultos sentir el " aquí y ahora" por más que unos minutos? Les confieso ahora que escribiendo estas líneas, a medianoche, en silencio y ante una cerveza negra he estado fluyendo como hacía tiempo que no lo hacía.